OPINIÓN |
El estado de paroxismo y furor en el que han caído ciertos caudillos y líderes en nuestro país y en Latinoamérica, pone de manifiesto el clima de corrupción imperante en la escena política. La quema de dos iglesias en Santiago de Chile y la intentona de derrocamiento de uno de los monumentos emblemáticos de Quito, el cual, nos recuerda la mezcla de sangre y herencia criolla y orgullosamente mestiza, causa indignación y estupor. Grafitis, atentados contra las ciudades; rotura de ventanales, incendios, tala de árboles, basura orgánica y demás atrocidades como condición de protesta, indican la ausencia de toda ética. La pandemia de la indecencia ha cubierto el planeta y si a eso sumamos el COVID-19, nos encontramos con un panorama desolador, en el que el reto de la sobrevivencia ha sacado lo mejor y peor de nosotros. Lejos el debate de ideas, las luchas por un ideal de reivindicación histórica, la revolución integral y el diálogo como herramienta del lenguaje. Únicamente, el arribismo y la llegada a un puestito que permita saltar a la candidatura; no importa si a asambleísta o presidente y que alimente nuestra zona de confort por unos cuantos meses; lejos el verdadero pueblo, aquel que vende una gallina gorda en cinco dólares y un balde grande de tomate en cincuenta centavos. Lejos los innombrados. Cerca los pelafustanes y esbirros. Marionetas de poncho y saco verde o colorado; da igual en estos tiempos enfermos de desprecio. (O)