Y fue cuando entró aquella pareja a una de las heladerías tradicionales de mi hermosa Cuenca, tomados de la mano subían a paso lento y distinguido mostrando la elegancia de prendas originarias de la Cuenca del ayer, del hoy y de siempre…
Yo sólo los contemplaba mientras disfrutaba de una edición limitada de helado sabor a colada morada mientras la pareja oriunda de la costa ecuatoriana se ganó la atención de quienes estuvimos en el lugar; ella giraba muy alegre y en cada volteo lucía su poncho café matizado con amarillo y blanco; él, hacía lo mismo con su prenda color verde esperanza, le acompañaba una sonrisa contagiosa que dio un toque especial a ese momento.
Y es que la felicidad es así, con pequeños detalles que deben transmutar, la alegría del compartir y la esperanza de mejores días mejores, festivos y coloridos, nuevos amaneceres para vivirlos a lo grande. Culturas y tradiciones que perpetúan mientras las mantengamos en nuestro corazón y en nuestra sangre como el gran legado patrimonial que nos llama a sentirnos orgullosos de quienes somos y de lo que podemos obsequiar de las manos de nuestra gente. ¡Viva Cuenca por siempre y para siempre! (O)