Comparando los gobiernos locales- especialmente las alcaldías- con los gobiernos centrales, es indudable que los primeros han sido muy superiores, mucho más honestos y más estables que los segundos.
Cuenca-por ejemplo- ha tenido generalmente buenos alcaldes y en numerosos casos, excelentes. Han hecho de nuestra ciudad un lugar para vivir con excelentes servicios, que llegan a la gran mayoría de la población. Los problemas que subsisten hay que enfrentarlos.
Los servicios que presta el estado y el gobierno central son -en cambio- de mala calidad, insuficientes, lentos y burocratizados. Un turno para atención de salud tarda meses y no es raro que en la espera muera el paciente. Los trámites son engorrosos y a ritmo de tortuga. Hasta para pagar impuestos hay que hacer interminables colas desde la madrugada. Vean – si no creen -las filas a las afueras del SRI o el Registro Civil.
La honestidad ha sido norma- como debe ser- en los gobiernos locales. No recuerdo casos de Alcaldes condenados y las acusaciones a alguno nunca se probaron. Algún caso de corrupción de empleados ha sido excepción. En el gobierno central- en cambio- la corrupción ha sido y es generalizada. En los últimos quince años se sobrepasó todo límites y se llevaron el país en peso.
Los gobiernos locales han sido estables, lo cual da continuidad a los procesos. Así se evita los redentores mesiánicos que creen que con ellos comienza la historia y luego terminan en la cárcel. Casi no hay casos de alcaldes destituidos. El caso del chato Castillo en Loja, es una excepción.
Ir a una descentralización total y si es posible a un sistema federal, es el camino para liberarnos del centralismo, después de doscientos años de sometimiento. Los candidatos presidenciales y legisladores tienen una gran tarea que cumplir. (O)