OPINIÓN |
Crecen la violencia y el vandalismo durante las protestas callejeras. Lo último sucede en Guatemala donde las turbas queman el Parlamento, mientras encapuchados asaltan negocios, destrozan bienes públicos y privados.
En Ecuador el problema viene desde mucho tiempo atrás. Quienes rebasamos el medio siglo de vida lo experimentamos cuando cayó el presidente Abdalá Bucaram; luego el feriado bancario; nuevamente con Lucio Gutiérrez y el año 2010 que fue secuestrado Rafael Correa (30S) para culminar en octubre pasado.
A nivel continental lo vivieron Chile, Colombia, Perú, Brasil, donde las aguas están calmadas por ahora, pero, bullen por dentro pudiendo desbordarse el momento menos pensado. Estados Unidos se suma a esta lista so pretexto de la discriminación racial, unida a las consecuencias de la pandemia y la lucha electoral entre demócratas y republicanos. En el Viejo Mundo Francia soportó durante meses el caos sembrado por los “chalecos amarillos”, mientras España e Italia reaccionan ante el “estrés económico” sin solución hasta el momento.
¿Cuál debe ser el comportamiento de los elementos del orden para controlar tales situaciones? ¿Sólo con métodos defensivos o ir más allá, cuando peligra la integridad personal y comunitaria? No queda sino aplicar todos los mecanismos frente al desborde del problema. Porque algunos convierten las comprensibles inconformidades públicas, en ocasión para aflorar su resentimiento social.
Las autoridades ecuatorianas buscaron endurecer la reacción de los uniformados mediante reglamentos específicos, que fueron vetados sin embargo por la Corte Constitucional. Francia en cambio aprobó la ley de seguridad, con una serie de disposiciones, entre las cuales, resalta la prohibición de publicar fotos de quienes contrarrestan las protestas, para precautelar su identidad. (O)