Al deporte le tocó también. El coronavirus, como hizo con el resto de sectores, frenó en seco su actividad y le obligó a reinventarse. Nueve meses después, todavía sigue en ello: buscando soluciones para vivir, no después, sino durante la crisis.
Un hecho sin antecedentes en la historia, el aplazamiento de los Juegos Olímpicos, ilustra el calibre del golpe encajado por el deporte en este 2020. Pero la cada vez mayor certeza de que los Juegos se celebrarán en Tokio en julio de 2021 demuestra que el deporte ha aguantado el pulso y se dispone a doblar el brazo de la pandemia.
Fue el 24 de marzo el día en que el presidente del COI, Thomas Bach, levantó el teléfono y mantuvo una larga conversación con el entonces primer ministro japones, Shinzo Abe, en la que ambos acordaron aplazar los Juegos Olímpicos.
“Es una desafío sin precedentes”, dijo Bach sobre la covid-19. Once mil deportistas olímpicos tuvieron que revisar, de un día para otro, sus planes de preparación para Japón.
Para entonces, ya se habían suspendido las competiciones deportivas en China, incluido el preolímpico de baloncesto y los mundiales de atletismo bajo techo, además de la J-League en Japón, las grandes pruebas ciclistas, las series mundiales de triatlón, el mundial de motociclismo, el de automovilismo, los circuitos profesionales de tenis y de golf, las competiciones de todo tipo en Italia, España y casi toda Europa, la NBA, la Copa Libertadores, la Champions, la Copa América o la Eurocopa de fútbol.
Las demás competiciones, todas, fueron cayendo en cascada. En el mejor de los casos aplazadas, en el peor, canceladas, mientras las cifras de contagiados y muertos crecían en todo el planeta: primero en Asia, luego en Europa, finalmente en América. Las sociedades se fueron confinando y, con ellas, sus deportistas.
El Tour de Francia y el Abierto Británico de golf fueron las últimas competiciones que se resistieron hasta abril a variar sus fechas. Finalmente, la ronda francesa asumió su aplazamiento de junio a septiembre. El ‘British’, por su parte, canceló definitivamente su edición de 2020, lo mismo que otro británico de solera, el torneo de Wimbledon.
El confinamiento de la población a escala mundial igualó como nunca al deportista profesional con el aficionado. Unos y otros se las ingeniaron para hacer gimnasia en los balcones, estiramientos en la cocina, rodillo en el salón, sentadillas en el garaje. Las ventas de material deportivo casero se dispararon.
Las redes sociales se llenaron de retos imposibles: Caster Semenya ganó a Cristiano Ronaldo en una competición de abdominales, Armand Duplantis desafió a Renaud Lavillenie a saltar con la pértiga desde el jardín de sus respectivas casas, Simone Biles nos enseñó que es posible quitarse los pantalones haciendo el pino.
Al tiempo, el deporte mostró su cara más solidaria. Campeones olímpicos como el español Saúl Craviotto, la argentina Paula Pareto o la canadiense Hayley Wickenheiser se volcaron en su papel de servidores públicos; como policías, sanitarios, conductores de ambulancias, cuidadores. Futbolistas como Koke Resurrección o Sergio Canales llamaron a los socios más veteranos de sus clubes para hacerles compañía. Marcus Rashford obligó a Boris Johnson a extender los cupones de comida gratuita durante el verano a los escolares de las familias más desfavorecidas.
Centenares de deportistas padecieron la covid-19, la mayoría sin consecuencias graves. Novak Djokovic, Xavi Hernández, Marta Vieira, Fernando Verdasco, Diego Simeone, Ricky Rubio, Simona Halep, Fernando Gaviria, Kevin Durant, Luis Suárez… hasta el cinco veces olímpico Alberto de Mónaco.
Las competiciones comenzaron a reanudarse en el mes de junio y en condiciones desconocidas hasta entonces: con entrenamientos en grupos reducidos, sin público, con pruebas médicas periódicas, sin duchas en el vestuario.
Excepto la liga francesa de fútbol, que se dio por concluida según había quedado en el momento del confinamiento, y la Euroliga de baloncesto, que dejó desierto el título, los deportes profesionales elaboraron nuevos calendarios concentrados para decidir sus campeones. La burbuja de la NBA en Florida y la fase final de la Liga de Campeones en Lisboa fueron dos ejemplos de necesaria adaptación a las circunstancias.
Las eliminatorias sudamericanas para el mundial de fútbol de Catar se trasladaron de marzo a septiembre, y luego a octubre.
Económicamente, la pandemia ha sido una losa de dimensiones aún incalculables para el deporte. Solo el aplazamiento de los Juegos de Tokio supondrá un sobrecoste de unos 2.700 millones de dólares, sobre un presupuesto de 12.969 que ya va por los 15.400. La factura de la ‘burbuja’ de la NBA ascendió a 180 millones.
Los clubes de la liga española de fútbol, al ver mermados sus ingresos por, entre otros motivos, la falta de publico, han tenido que reducir el coste de sus plantillas en un 18 %, porcentaje que en el caso del FC Barcelona asciende al 43 %.
En la base de la pirámide, las cadenas de gimnasios y clubes deportivos de todo el mundo hablan de cierres irremediables o de pérdidas insostenibles. La plena recuperación no se espera para antes del segundo semestre de 2021.
Las federaciones internacionales terminan 2020 enfrascadas en la elaboración de los calendarios de la próxima temporada y confiadas en la efectividad de las campañas de vacunación. Tienen tarea: el 43 % de los 11.092 deportistas que participarán en los Juegos Olímpicos de Tokio deben todavía ganarse la clasificación. Los primeros meses del nuevo año serán decisivos para comprobar si el camino que conduce a los Juegos queda despejado. EFE