La educación es una suma de hábitos que se construye desde lo singular, político, social, cultural e histórico. Los seres humanos se han formado con verdaderos rituales de adoctrinamiento que forman parte de valores ocultos como: disciplina, obediencia, paciencia y subordinación, que los prepara para la convivencia. Sin embargo, hablar a profundidad sobre la función ideológica de las instituciones educativas como aparato reproductor del orden social, es otra reflexión.
Hay rituales que dan orden, seguridad, identidad común y significado a las cosas. Se realizan actividades donde las creencias, tradiciones y cultura nos identifica; tenemos nuestro modo de hablar, de saludar, de conversar, de compartir, hechos que tienen valor para quienes lo practican. Estamos hablando, por ejemplo, de los rituales de revitalización, como lo llama McLaren, donde se refuerza la moral, los valores tradicionales de fe y de identidad nacional. También está el de intensificación, que impulsa a un refuerzo emocional, como las reuniones sociales entre compañeros.
Es decir, los encuentros y reencuentros que vivimos en los campos educativos, constituyen una práctica ritual que configura un espacio simbolizado, que está enmarcado en un campo de poder, de relaciones e intereses que estimulan y confirman sus propios valores; que afianzan ese sentimiento de identidad, cuya práctica, fundamenta su unidad.
Si bien, los establecimientos educativos enseñan los contenidos curriculares, está el currículo oculto, que es la acción de enseñar más, de manera implícita; por lo tanto, la vida escolar también se basa en rituales de transmisión cultural, donde involucra la identidad colectiva del ser humano. En este contexto, los rituales nos sirven para penetrar en el corazón cultural de una sociedad. (O)