El inicio de cada año nos llena de objetivos y metas por cumplir, muchas nuevas y otras tantas que las venimos acarreando año tras año, y si bien creo que esta idea de iniciar algo es como un reformatearnos, este año que cerramos nos demostró justamente lo contrario… lo incierto de nuestros planes, el poco o ningún control que tenemos sobre el futuro, la certeza de la incertidumbre y el no tener a que aferrarnos… Pema Chodron (monja tibetana) en su libro “Cuando todo se derrumba” dice “nos aferramos a la esperanza y la esperanza nos roba el presente…” la primera lectura de esta frase desconcierta e incluso suena cruel, acostumbrados como estamos más bien a la idea de que “la esperanza es lo último que se pierde” , ahora si profundizamos esta reflexión, nos damos cuenta de la verdad que encierra: ¡no hay un futuro mejor!, ¡no hay un mañana mejor!, simplemente porque no existen, lo único verdadero es el momento que estamos viviendo, lo demás está en el imaginario de nuestra mente, son fantasías, castillos en el aire, sueños que postergan nuestra felicidad, la dejamos para después para cuando consigamos alcanzar los objetivos propuestos. Desde muy corta edad, no sé si la educación, la cultura nos obsesionan con esta idea de que alcanzar la felicidad tiene que ver con la consecución de objetivos y metas… y entonces seremos felices, siempre después… cuando las vacaciones lleguen, cuando termine el colegio, cuando me independice de mis padres, cuando tenga mi profesión, cuando me case, cuando tenga hijos, cuando tenga fortuna, etc., etc., etc., esta forma de pensar, sentir, funcionar tiene dos finales: el uno no lograr los objetivos propuestos, trayéndonos frustración y desaliento pero además limitando totalmente nuestro caminar, como caballos con anteojeras sin ver el resto del camino, dejando de prestar atención a la totalidad de la existencia; el otro camino, claro, es alcanzar los objetivos trazados! Y al llegar darnos cuenta de que, después existe una cima más que escalar, conseguimos algo y siempre habrá algo más, una espiral sin fin, cada vez más y más, sin sentirnos jamás satisfechos… y entonces ¿es esto lo que llamamos felicidad?
Quizás la felicidad no tenga nada que ver con conseguir nada, es entender que ya tenemos todo, aprender a vivir con la belleza permanente de la incertidumbre, abiertos a la vida, dejando que ésta nos sorprenda, atentos y despiertos; soltar la ilusión del control ya que de todas formas no lo tenemos, vivir cada día como una aventura, sin metas, objetivos, ni expectativas, ¡dejándonos sorprender por la vida! (O)