La salud, más que un servicio, es un derecho de todas las personas al margen de cualquier condición y situación; cuando hay un quebrantamiento, el sentimiento de compasión aflora y todos, de una manera u otra, están dispuestos a prestar apoyo a los afectados. La compasión, entendida como sentimiento de pena o dolor por el sufrimiento de los afectados es una reacción normal que, con frecuencia se traduce en alguna forma de acción en favor de los que sufren. En casos como de la pandemia que vivimos o tragedias naturales como terremotos este sentimiento se intensifica en cuanto se generaliza y la solidaridad se refuerza yo todos buscan alguna forma de contribuir al alivio de los afectados.
Lamentablemente, la delincuencia no tiene límites y no faltan personas que, en estas condiciones, buscan la manera de aprovecharse personalmente en diversos aspectos, sobre todo el económico. Para ellos se trata de una condición “óptima” para satisfacer sus ambiciones y el dolor es, más que un sufrimiento un negocio. Es normal que en casos como el que comentamos se incremente la necesidad de uso de determinados insumos, comenzando por los medicamentos, pero es antihumano que se aproveche este tipo de acontecimientos para poner en práctica estafas de diversa índole mediante sobreprecios y otras trapacerías.
Con alguna incertidumbre se ha iniciado el proceso de vacunación contra el COVID-19 en varios países del mundo y se anuncia que en pocos días este proceso llegará al Ecuador. Pero ya se advierte que hay que prevenirse contra estafas como ha ocurrido en otros Estados en los que se hacen ofertas de falsas vacunas aprovechando la amplia difusión de la informática. Para estos delincuentes el mal colectivo es una oportunidad para incrementar sus ingresos sin que les importe un comino la suerte de los estafados. Primero está su “provecho” y la solidaridad ha sido desplazada por el egoísmo. Todos debemos renovarnos internamente ante esta amenaza.