La imagen todavía sigue presente en la cabeza de Juan Carlos Lojano: era agosto de 2014, estaba sentado frente al doctor, esperando los resultados de una serie de exámenes que habían empezado porque ciertas partes de cuerpo se habían hinchado.
Sin darle muchas vueltas, el médico le dijo que tenía un «linfoma no hodgkin inmunofenotipo b», un tipo de cáncer a los ganglios. Cuando supo lo que tenía que saber sobre la enfermedad se encerró en el baño del hospital, y, si bien esa amalgama de sentimientos lo golpearon, se dijo que se iba a curar.
Dos semanas antes, Juan, que en aquel entonces tenía 25 años, había vuelto al mundo religioso que profesaba tiempo atrás. Y por ello es que la esperanza de supervivencia surgió en el baño, y la misma se mantuvo en la época que vendría después: pruebas dolorosas, quimioterapias, la necesidad de miles de dólares para afrontar una enfermedad a la que preguntaba por qué.
“Yo no fumaba, yo no tomaba, yo no esperaba a que llegara el fin de semana para ir a emborracharme. Yo corría todos los días, y cuando supe que tenía cáncer yo estaba en un gimnasio. Entonces me decía por qué estoy enfermo, si yo cuidaba mi cuerpo”, dice Juan con una sonrisa que siempre está en su rostro.
Pero la enfermedad estaba y no tenía de otra: había que enfrentarla aun cuando el cáncer está asociado con la desgracia y con la muerte. Siguiendo con esa esperanza que se basaba en su creencia cristiana y en los pedidos que hacía a Dios, Juan pasó por un tratamiento largo, complejo y costoso.
Uno de los hechos que más recuerda fue cuando se le cayó el cabello tras las quimioterapias. “Uno podría decir que es insignificante, pero sí le marca. Uno ve cómo el pelo le va cayendo y sabe que tiene cáncer. Por suerte no bajé de peso. Si se sabía que tenía cáncer era porque no tenía pelo”, vuelve a reír Juan.
Todo pasa
¿Cómo afrontar una vida en la que antes de transformarse estaba relacionada con el deporte y con la normalidad y la monotonía diaria hay que tratarla con mucho cuidado, a través de exámenes y tratamientos y encuentros con médicos?
Si bien la primera respuesta de Juan es Dios, también cayó en la cuenta de algo que ahora lo repita y profesa a quienes viven una situación similar: «todo pasa». Juan aprendió y entendió que las situaciones pasan: los sucesos, los hechos, el día y la vida misma pasa a otro momento.
Y el cáncer en su cuerpo pasó. Con las quimioterapias y con el seguimiento médico la enfermedad pasó. Hoy en día, aunque continúa visitando a los médicos para hacerse revisar, Juan siente que el cáncer ya sucedió y ahora se centra en recuperar lo que no pudo hacer mientras estaba enfermo.
Juan se convirtió en ingeniero en sistemas, se casó hacía un mes y empezó a practicar CrossFit. Ha vuelto a vivir como quería.
“El cáncer a mí me ayudó a valorar lo que antes era insignificante. Aprendí a valorar ese platito de sopa que solo tiene agüita. El cáncer me ayudó a entender que no somos eternos aquí, me ayudó a entender que fuimos hechos para algo más”.
Por lo pronto, Juan supo, tras superar a la enfermedad, que estaba entre nosotros para decir que todo pasa si es que la esperanza se mantiene; que la esperanza puede mantenerse en los momentos más difíciles. (I)