A estas horas, y si al CNE le ha ido bien, si no ha habido apagones, si los fusibles han funcionado de maravilla, si no ha intervenido ninguna mano negra en los resultados electorales y todo el mundo, incluido los correistas infiltrados, han cumplido con su tarea, debemos ya tener una idea bastante aproximada de quienes son los dos candidatos presidenciales que irán a la segunda vuelta y, asimismo, una idea bastante aproximada de los resultados en la elección de asambleístas. Según las encuestas, era posible que el candidato con la risa de emparamado, no digo quién es pero ustedes si saben quién es, se encuentre entre los dos finalistas y, entonces, hay viene la interrogante de muchos ciudadanos, ¿Cómo es que, sabiendo del pésimo manejo que el correísmo hizo con las finanzas públicas, sabiendo que durante la década bailada se cometieron más latrocinios que durante toda la historia del país, sabiendo la cantidad de sentenciados, enjuiciados y fugados que enriquecen los listados correístas en nuestra sufrida patria, sabiendo que fueron los campeones de la mentira, el engaño y el fraude, todavía haya gente, bastante gente, que vota por ellos?
Y la explicación no es difícil. Por un lado, el correísmo detentó el poder durante diez años y en ese tiempo, valiéndose de un aparato propagandístico nunca antes visto en el país, de mentiras repetidas mil veces, de un clientelismo rampante, lograron “galvanizar” a buena parte del electorado, volcándolo a su favor. Los bonos por doquier y el aumento de 150.000 cargos públicos son solo una muestra de cómo se ferió el gasto corriente. Por otro lado, Correa y sus lugartenientes se dedicaron a atacar a los empresarios, a los gremios, a la prensa, a la gente que tenía dinero, a los bancos, a los organismos internacionales, erigiéndose en los adalides de los pobres, de los desposeídos, de los marginados; había que dividir a la patria, pobres contra ricos, trabajadores contra empresarios, “el pueblo contra las trincas”. Y el perverso guion fue aplicado, igual que en su tiempo lo hicieron Stalin, Hitler, Mussolini o Idi Amín. No hay populismo bueno, y el de izquierda es el peor. (O)