Para la mujer americana no ha sido suficiente esquivar el virus, sino que también ha tenido que sobreponerse a un terremoto laboral del sector servicios con la caída del turismo, del consumo y la actividad económica en general, mientras hacían malabarismos con el presupuesto doméstico, la vida familiar y la educación de los hijos en confinamiento.
En toda América las mujeres están siendo forzadas en masa a abandonar el mercado laboral por la pandemia del coronavirus y ponerse al mando de las labores del hogar, suspender su independencia económica y exponerse a una inseguridad que puede durar décadas.
En Estados Unidos la gran mayoría de las personas que cayeron en el desempleo en enero fueron mujeres; en México, dos tercios de todos los trabajos destruidos durante la pandemia eran ocupados por mujeres, mientras que en Argentina se han revertido los avances en la inclusión laboral femenina. CONDENADAS A LA CASA La llegada de la pandemia en Argentina coincidió prácticamente con el inicio del curso escolar, y los más pequeños cambiaron las aulas por espacios virtuales, en un proceso que requirió de gran esfuerzo y dedicación por parte de los progenitores, como ocurrió con Verónica Palmero, quien tuvo que dejar su empleo para atender a sus cuatro hijos, de 9, 8, 5 y 3 años.
Tras un primer mes en el que ella y su marido intentaron compaginar las tareas de cuidado con sus trabajos, en abril decidieron que Verónica dejara la pizzería en la que trabajó durante los últimos seis años, lo que supuso un cambio radical en su día a día y la llevó a una depresión que consiguió superar con el paso del tiempo.
Esta joven de casi 30 años, residente en la provincia de Buenos Aires, tuvo que renunciar también a sus estudios de Farmacia, ya que además de reducirse su tiempo también lo hicieron los ingresos, y debió buscar fuentes alternativas para afrontar los gastos cotidianos. «Encontrábamos cosas en al calle, las arreglábamos y las revendíamos (…) O hacíamos el cambio de cosas por mercadería, capaz tenía una ropa que no me servía pero que estaba nueva y la cambiaba por 2 paquetes de harina, y comíamos dos días», explica.
Unos 7.000 kilómetros al norte, en el empobrecido estado de Chiapas, algo muy similar le ha ocurrido a Regina López, de 34 años, quien tuvo que renunciar a su trabajo de empleada del hogar para estar con sus hijos. «Vi que me necesitaban y decidí estar con ellos para ayudarlos y no dejarlos abandonados mucho tiempo porque salir a trabajar a otra casa implica dejarlos abandonados», cuenta desde los suburbios de San Cristóbal de las Casas.
NI TRABAJO NI SUEÑOS Pero esta realidad no es exclusiva de países en desarrollo o con menos potencial económico. En Hollywood (Florida, EE.UU.), Inés Santiesteban, una colombiano-estadounidense, está familiarizada con esa sensación de no encontrar salida a los problemas a los que se ha visto abocada por la pandemia. «Necesitamos una solución desesperada.
En marzo se acaba el subsidio por desempleo y llevo sin encontrar trabajo casi un año», explica Santiesteban, que trabajó durante 18 años como limpiadora en el Hotel Diplomat, frente a las turísticas playas de Florida, hasta que fue despedida sin compensación ni seguro médico con la excusa de que la pandemia hacía la empresa insostenible.
El Diplomat decidió ejecutar su venta a un nuevo dueño justo en el comienzo de la pandemia, el año pasado, y despidió a la mayoría de sus empleados, muchos de ellos mujeres como Santiesteban y sin compensación alguna. Santiesteban sospecha que los administradores aprovecharon la pandemia para deshacerse de sus empleadas y ahora pretenden vender todo el complejo a otro inversor.
Por el momento, la principal ayuda les ha llegado del sindicato Unite Here, que les facilita el acceso a bancos de comida y hasta les ayudó a poner regalos en el árbol estas navidades tan difíciles. «Yo gracias a Dios tengo la ayuda de mi marido para sobrellevar las penas, pero tengo compañeras que lo tienen que hacer todo solas: las clases, la búsqueda de trabajo y llevar comida a casa. A mí me gustaría poder ayudarles, pero lo único que puedo hacer es enseñarles a solicitar ayuda al desempleo, que ahora es más complicado que antes», explica la madre de familia, que depende de un subsidio insuficiente de 247 dólares a la semana. «Tenemos que elegir entre la renta o las medicinas.
Todos los ahorros que teníamos ya se han agotado. Nunca pensé que me vería en una situación así en este país», lamenta. En Chiapas, López tiene que lidiar con las vicisitudes de las trabajadoras del hogar, tradicionalmente sujetas a más informalidad y que han visto su poca seguridad laboral disiparse como pompas de jabón. «Primero me estaban dando 200 pesos (10 dólares) por trabajar medio día, después la señora con eso de la enfermedad (la pandemia) me dio 150 pesos (7,5 dólares) y después 100 pesos (5 dólares).
Ya ahí no lo vi bien porque yo no hacía nada con 100 pesos», recuerda. MERCADO LABORAL PARALELO El mes pasado el presidente de la Reserva Federal de EEUU, Jerome Powell, aseguraba que las autoridades se enfrentan a mercados laborales con realidades paralelas, especialmente en el caso de mujeres y minorías.
Las mujeres trabajadoras negras e hispanas han sido las más afectadas en todos los segmentos demográficos de EE.UU, con un desempleo que ronda el 10% (por encima del 6,3% a nivel nacional), mientras que su participación laboral (personas que no trabajan ni buscan empleo) ha caído más de un 2%, mayor que en el caso de los hombres.
El analista económico argentino Christian Buteler ve en estas situaciones «los daños colaterales de la pandemia de los que no se habla mucho», y los considera especialmente graves en las personas que no pudieron incorporarse al método de teletrabajo.
En México, solo el 41,4 % de las mujeres están en el mercado laboral, frente al 45,2 % del año anterior, lo que demuestra, que pese a las diferencias entre países, el empleo femenino sigue generalmente muy enfocado en el sector servicios, el gran perdedor de esta pandemia. «Al ser madres en su mayoría, jefas de familia que llevan el sostén de la casa, a veces responsables de los padres y no solo de los hijos, es una carga muy fuerte que llevan las mujeres», cuenta María Isidra Llanos, secretaria general colegiada del sindicato de empleadas del hogar de México.
Muchas que perdieron o dejaron el trabajo tuvieron que vender su material de limpieza para conseguir algo de alimentos u optaron por trabajar para sus vecinos y estar así mas cerca de su hogar, comentan desde la organización. Como apunta Buteler, se trata de un asunto del que se habla poco, pero de alto impacto y cuyas consecuencias, a largo plazo, pueden ser difíciles de revertir. Mitzi Mayauel Fuentes Gómez y Eduard Ribas desde México, Aitor Pereira desde Buenos Aires y Jairo Mejía desde Nueva York.