Antes de la “GLORIOSA” en 1944, nuestro país, formalmente democrático –luego de demasiado frecuentes dictaduras- mediante elecciones el nuevo mandatario accedía al poder. La seriedad del proceso electoral era cuestionada con fundamentos debido a que los gobernantes hacían o patrocinaban los fraudes para asegurar a su candidato. Desde el triunfo de esta revolución se instauró la libertad electoral –aporte muy importante de Velasco Ibarra-. Lo real es que en los procesos electorales ya no hay fraude, aunque pueda haber disconformidades en procedimientos y resultados. En las elecciones del pasado domingo ha habido seriedad en los encargados del proceso, al margen de irregularidades secundarias.
La seriedad de las elecciones hay que analizarla también en el comportamiento ciudadano, sobre todo de los candidatos que aspiran a llegar al poder. Aunque suene a comedia, en el mentado proceso hubo 16 candidatos y en los resultados conocidos, 12 de ellos tuvieron menos del 2,5 por ciento de votos cada uno, habiendo cumplido con los requisitos necesarios y participando en los procesos previos, como debates. Suena a chiste de mal gusto y demuestra la irresponsable falta de seriedad de estos candidatos, con los consiguientes costos públicos. El menos común de los sentidos nos dice que quien se postula debe tener razonables posibilidades de triunfar o aspirar a una votación significativa.
Los hechos están consumados, pero vale la pena para el futuro una más serie regulaciones para aceptar las postulaciones. No se puede legislar para la conciencia y seriedad de las personas, pero sí de los procesos. Nadie discute la validez del derecho a elegir y ser elegido, pero no cabe permitir que cualquier persona con el fin de satisfacer su vanidad, sea aceptado como candidato para “enriquecer” su curriculum vitae. No tenemos recetas, pero el poder electoral debe actuar con seriedad para superar esta ridiculez, comenzando con el financiamiento de campañas.