OPINIÓN | En Ecuador, desde el 17 de marzo del 2020, la palabra confinamiento fue parte de nuestro contexto. A partir de ese histórico día se instauró el distanciamiento social, la virtualidad, el teletrabajo, la educación en línea, mayor desempleo, un sistema de salud colapsado, mayor corrupción, asesinatos, violencia intrafamiliar, miedo, muerte y dolor.
Con la muerte tan cercana susurrándonos al oído, el miedo, los miedos fueron tomando protagonismo.
Ante esa incertidumbre, quienes perdieron a un familiar se resignaron a no enterrarlos, solo los lloraron y luego de algunos meses, tuvieron el valor de reclamar sus cuerpos y de verificar que hayan tenido cristiana sepultura. Los que fueron despedidos de sus trabajos no tuvieron acción para reclamar, para protestar, al fin y al cabo, la pandemia lo justificaba todo.
Y bajo este contexto aparecieron “los necios e imprudentes” causantes de los contagios comunitarios; claro, esa fue la manera más fácil de juzgarlos sin analizar que el 68% de la población vive del trabajo informal.
Probablemente, para las familias de clase económica media y alta les fue más fácil sobrellevar esta situación porque tenían un sueldo fijo, la facilidad de las tarjetas de crédito, ahorros y una alacena bien distribuida. Por culpa del virus microscópico se evidenció esas profundas y marcadas desigualdades sociales que tras un año nada ha cambiado.
Nos aproximamos a una segunda vuelta electoral con la esperanza de que los candidatos realmente estén pensando en mejorar las condiciones de vida de sus habitantes a través de fuentes de trabajo, mayor apoyo al emprendimiento e innovación, mayor impulso y garantía de una educación de calidad y de acceso libre para todos.
El Covid 19 puso al mundo de cabeza y ya es tiempo de ejecutar políticas públicas que permitan que nuestros niños, jóvenes, personas de la edad de oro y nosotros, los cercanos a los 40, podamos vivir seguros, con sistemas de salud que no nos roben (caso mascarillas, fundas de cadáveres sobrevaloradas y vacunas aplicadas a los familiares, a los amigos, a los cercanos del círculo de gobierno).
Mientras una gran mayoría tiene pánico de contagiarse y procura ser distante y fría, nuestra sociedad sigue exhibiendo esa bomba de tiempo producto de las mafias, de la corrupción, del doble discurso, de dejar pasar el tiempo sin exigir rendiciones de cuentas sobre: el sistema carcelario, la deserción escolar. Y hablando de este ítem en particular, la mayor parte de niños y jóvenes no pudieron tener el equipo tecnológico e internet para estudiar en línea. ¿Qué harán las autoridades con esos grandes vacíos? Nada, porque ya se van.
El virus no nos va matar a todos; nuestra verdadera amenaza es el hambre, el desempleo, la falta de valores, la falta de ética y de humanidad. (O)