Nuevamente la muerte, inexorable, pero como tiene que ser, golpea con fuerza tremenda mi memoria y mi alma al conocer la definitiva ausencia de Claudio Arias quien fue, para mi honor y mi suerte, un profesor inolvidable e imponderable. Su bondad y su sabiduría llenaron de ciencia esos lejanos años de juventud en que con el ansia de conocer nos acercamos a los recintos de la tan querida Facultad y al antiguo hospital San Vicente de Paúl en los cuales una pléyade de Maestros sabios, sobre todo, con esa calidad humana verdadera que se ha ido casi extinguiendo.
Claudio Arias fue un hombre realmente admirable. Su entusiasmo ejemplar no solo por el estudio y el ejercicio de la ciencia médica sino por tantas y tantas actividades sociales, deportivas y culturales le hicieron un ejemplo, difícil de seguir, para tantas generaciones de estudiantes jóvenes que justamente eso necesitábamos.
Él fue, no solo en la Medicina sino en el quehacer ciudadano, el modelo de “persona”, con todo lo significa ser tal cosa, “ser gente” y no únicamente un sujeto más que deambula haciendo cualquier cosa. Es inolvidable su conocimiento de la Medicina y, sobre todo, la forma de enseñarnos. Nunca se podrá olvidar lo caballeroso de su comportamiento y modo de ser, siempre atento, siempre cordial con todos, colegas, alumnos, pacientes.
Me invade el dolor más intenso al recordar todo esto de tan extraordinario Maestro, más que profesor fue un verdadero Maestro en toda la extensión de lo que significa tal término.
La muerte de personas tan queridas nos conmueve. Pero la muerte no es buena ni mala. Simplemente ES, cierra el ciclo de la vida. Es verdad, como se ha dicho, que quienes viven en el recuerdo de las personas no han muerto. Por ello nuestro querido Claudio sigue vivo todavía…. ¡Pero nos duele su ausencia! (O)