El silencio electoral estipulado en el Código de la Democracia implica que los electores, entre ellos los indecisos y aun los que piensan votar nulo, tienen la ocasión para reflexionar sobre el destino del país en los próximo cuatro años.
La campaña electoral para el balotaje entre las dos opciones finalistas se desarrolló sobre la base de un cambio de estrategias políticas y de propaganda, en medio del repunte de la pandemia; sobre todo de una cascada de dimes y diretes, de informaciones no contrastadas, de acusaciones de parte y parte, del montaje de videos y hasta de rumores que circularon a través de las redes sociales.
El debate entre los aspirantes al solio presidencial, pese a las falencias de fondo, de alguna manera derivó en un punto de partida para que los electores tengan ideas más claras para decidir su voto.
De ahí que, en estas horas, aunque el barullo electoral seguirá en las redes sociales -pues no hay prohibiciones expresas-, los ecuatorianos podrán meditar en qué es lo que más le conviene al país.
Y decimos país, porque Ecuador vive momentos duros en lo económico, en lo social, en lo educativo, en materia de seguridad externa e interna, hay una incontrolable ola delictiva, los tentáculos del narcotráfico se incrustan con fuerza, campea la corrupción; y sobre todo; sí, sobre todo cuando la salud está afectada por la pandemia, y hacerla frente deberá la prioridad número uno.
Se conocen las propuestas de ambos candidatos, incluso hasta se intuye las que no podrán cumplirlas. Se saben sus trayectorias políticas, el campo en el que han desarrollado sus actividades públicas y privadas, la credibilidad y confianza que reflejan cada uno, y hasta su talante y personalidad para convertirse en el nuevo Jefe de Estado.
Siempre, cada cuatro años, los electores, aun los más apáticos, ponen su fe en el nuevo gobierno. Aspiran un cambio. Y por eso, reflexionar el voto debe ser un momento único al que debe entregarse cada ecuatoriano antes de ir a las urnas. Elegir Presidente de la República es cosa seria.