Sus paredes son un pálpito eterno y suspiros profundos. Su ambiente es de tal recato que se escucha a la muerte merodear sigilosa con su guedeja vaporosa y maligna. Un frio de tumba emerge de camas donde cuerpos inertes y dormidos son insuflados por máquinas de vida. Médicos y paramédicos atentos al sincrónico sonido de corazones suspendidos por un hálito a la existencia y que, traducidos a ondas en monitores, declaman un soneto a la esperanza. Nadie sonríe, todo el contingente médico está tenso y listos como fieras a pelear por el paciente. Una carrera, una jeringa, unas manos que derraman vocación, mérito, heroísmo, son los artistas de una tramoya que encumbra a sus actores. Flush, flash, flush, flash es el sonido de la danza del oxígeno a través de respiradores en monótono, asfixiante e interminable compás, como olas golpeando un roquedal estoico.
Suena un teléfono que liga a emergencia. Requerimos una cama en UCI urgente. No la tenemos, están todas ocupadas es la contestación dolorosa e impotente. Suena nuevamente otro, esta vez ligado a hospitalización con el mismo réquiem y la misma lacónica respuesta. No hay camas. Todo se desborda. Reunidos los médicos en triste cenáculo de ética suprema, se decide. Colocadas sobre una mesa están cuatro historias clínicas pertenecientes a los más graves y que pesan también sobre nuestros hombros. Se tapan los nombres. Son cuatro anónimos moribundos que nos cuentan sus dolencias en las historias en aquel instante. Valoramos edad, parámetros vitales, daños sistémicos múltiples y se calcula con la fría realidad de las matemáticas, quienes no tienen opción de salvarse. Escogemos dos. Se llama a la familia y se les explica que la lucha está al terminar. Lo hicimos todo, pero la muerte es más robusta. Llévense a sus familiares a casa para que tengan un bien morir y entonces supimos enfrentar lágrimas y amor de la familia que entendieron nuestra angustia e impotencia. Adoloridos desocupamos dos camas y enseguida, en los mismos tibios lechos cubrimos de cuidados y esperanzas a dos nuevos contagiados que venían de piso y emergencia y que esperábamos salvarlos. Flush, flash, flush, flash la misma noria de blondas dolorosas. Nuevas llamadas. Nuevas respuestas impotentes. Nos gana la pandemia. La gente no entiende que tiene que cuidarse y que nos deben vacunar en forma urgente. Sabemos de colegas contagiados que partieron y otros que ahora flácidos y encamados, libran su propia lucha y todo por valientes. La muerte ríe acechante y se desvela. (O)