La agenda presidencial debe ser al momento muy extensa. Las presiones políticas, sociales y de todo orden, serán descomunales y persistentes. Habrá, –no podemos ponerlo en duda- aspiraciones del más alto calado, muchos interesados e intereses en juego. Por ventura, el presidente demostró durante la reciente campaña electoral, ese elemento sustancial a todo estadista: la capacidad para reformularse y reformular sus puntos de vista e, integrar a sus proyectos aquellos que, siendo valiosos, no constaban entre los suyos. Su apertura a todos los sectores, le ponen en línea hacia el que sería el logro más importante del momento: la unidad de un país hondamente dividido por la confrontación.
La agenda presidencial, deberá establecer –obligadamente- sus prioridades. La lucha contra la pandemia ocupará sitial preponderante. Su oferta de vacunar a 9 millones en los primeros 90 días de su mandato, alcanzaría plenitud si se lograra vacunar al resto hasta finales de año. La economía, dada su profunda crisis, deberá ocupar lugar predominante.
Pero hay una prioridad superior: la infamante y generalizada corrupción. Para combatirla, sugeriría lo siguiente: 1) Con visión decididamente futurista, el tratamiento del tema de la corrupción debería ser obligada materia escolar, colegial y universitaria; pues, solo así los futuros niños, jóvenes y ciudadanos tendrán el conocimiento y los elementos ético-morales para combatirla; y 2) Incrementar las penas, -8 años para Correa, es demasiado poco- y, en ese orden, decretar la reclusión perpetua como la pena que sancione el peculado, el soborno, el enriquecimiento ilícito, el genocidio, entre varios más. Sería una fórmula excepcional, pero indispensable, porque convendremos que, a grandes males, grandes remedios; y todo, con el respaldo de un Frente Nacional. (O)