Cuando Jenner creó la vacuna de la viruela, hubo reacciones nacidas de la ignorancia y la superstición. Se dijo que la vacuna haría que a la gente le nazcan grandes y rebosantes ubres, similares a las de las más robustas vacas, animal de donde había nacido el tratamiento que dio nombre a este sistema de inmunización. Hoy en zonas rurales del Perú se dice que quienes se vacunen contra el COVID-19 se convertirán en hombres lobos y devoraran a la gente. En el Ecuador machista circula la versión de que la vacuna genera impotencia. Cuando a inicios del siglo XVIII llegó la expedición de Balmy para vacunar contra la viruela, también hubo rechazo, como relata Javier Moro en su novela “A flor de piel”, que vale leerla y más en estos tiempos de pandemia.
Los avances en medicina salvaron millones de vidas humanas y la ignorancia de los que se opusieron causó y sigue causando millones de muertes. Los nombres de quienes crearon esos avances pertenecen a la historia positiva de la humanidad. Quienes se opusieron y causaron muertes, son anónimos y nunca pagaron la culpa de esas muertes.
Hoy en el XXI hay todavía rechazos similares, ahora contra la vacuna del COVID-19. Un treinta y más por ciento de la gente no quiere vacunarse por miedos infundados o porque quieren una marca y no otra. Los que no quieren vacunarse no solamente corren el riesgo de morir sino también de contagiar y matar a otros. Junto a la campaña gubernamental hace falta una gran campaña en el sistema educativo, en las empresas, en los barrios, en las comunidades rurales para llamar a la gente a vacunarse y salvar no solamente sus vidas sino también las de los demás. Pensar en la obligatoriedad de la vacuna es un camino pues se trata del bien común y no de caprichos o de supersticiones de unos pocos. (O)