El arcaico progresismo

OPINIÓN | Cuando eres niño todo tiene la cualidad de aparentar ser fascinante, quizás el impedimento parte de no tener las herramientas intelectuales para hacer un análisis adecuado de los fenómenos que surgen a nuestro alrededor. En mi caso, estas herramientas simbólicas no eran más que el reflejo de la conducta de mis padres ante una sociedad que los percibían como “estrambóticos”.

Recuerdo tener poco más de diez años y sentirme genuinamente impactado por la dicotomía que existía en mi ciudad. Mis padres siempre se han caracterizado por transmitir una imagen reformista. Ambos, toda la vida se han mostrado como partidarios de temas malmirados por los conservadores.

Mi cuestionamiento con el pasar de los años se convirtió en algo mucho más penetrante, creyendo que mi realidad era una suerte de verdad absoluta, sobre todo desde la perspectiva de lo correcto e incorrecto.  

La visión de lo femenino se sintetizaba en el rechazo al trabajo de ama de casa, al cuidado exclusivo de los hijos y a la búsqueda de la satisfacción inmediata del hombre. En mi imaginario jamás conseguí conciliar la idea de una mujer dedicada al hogar, me parecía deprimente en exceso.

Fundamentaba la percepción de la racionalidad en que tan pragmático podía ser, siempre apegado a la ciencia y la razón; al igual que lo poco objetivo de cualquier ideal teológico y como desde la perspectiva biologicista podría ser aplacado.

Sin duda, las ideas se añejan y entre varias pláticas casuales donde mi ego salía a flote, logré entender que la realización del individuo parte mucho más allá de los estereotipos impuestos sobre lo que es ser hombres y mujeres “progresistas”.

De existir autonomía como individuos, ¿acaso la mujer que decide ejercer su derecho a la maternidad vale menos que otra que dedicó su vida al ámbito laboral? ¿acaso un creyente es inferior intelectualmente a aquellos que se jactan de ser racionales?

La subjetividad que existe con respecto a la realización personal es enorme. Las imposiciones generacionales sobre nuestro posible actuar son un sesgo constante causado por nuestra supuesta praxis.

Quizás los pensamientos más liberadores son doctrinas…

Nos aferramos a ellos como si fueran verdades absolutas, cuando no son más que pequeños momentos que han marcado nuestra percepción individual y que posteriormente buscan ser impuestos de manera colectiva.

Ser un antropocentrista es una excusa válida en situaciones como esta. El ser humano, tristemente, solo percibe lo que está en los márgenes de su imaginario social, político y cultural.

Desde la racionalidad y mi manera de entender la vida, hay que ver para creer, no puedo fiarme por falsas expectativas. Pero he contemplado la felicidad en su estado más puro dentro de sistemas de valores y principios que no transmiten nada además de incertidumbre.

Para entender el estado de otredad que surge a nuestro alrededor se debe procurar dejar de pensar en verdades absolutas y comprender que la dignidad no es universal, sino individual. (O)

@Rodriguez_Khori

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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