La sexta cumbre de la Comunidad de Estados de América Latina y El Caribe (CELAC), desarrollada en México el 18 del presente mes, evidenció la polarización entre los regímenes de izquierda y derecha, al tratar sobre la vigencia de la Organización de Estados Latinoamericanos (OEA). “Debemos sustituirla por una entidad no lacaya de nadie, y construir algo semejante a la Unión Europea”, había afirmado días antes el mandatario anfitrión, Manuel López Obrador. Este papel podría desempeñar las CELAC excluyendo a Estados Unidos y Canadá, con quienes empero, los países latinoamericanos mantienen relaciones comerciales. Es decir, no al estilo del “Grupo de Puebla” sino del ideal bolivariano.
Similar actitud mantuvieron desde tiempo atrás líderes continentales como Fidel Castro, Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, Néstor y Cristina Kirchner. Pero la gota que derramó el vaso fue el informe elaborado por la delegación de la OEA, sobre las elecciones bolivianas del año 2019 conceptuándolas fraudulentas, por lo cual se anularon para luego comprobar que habían sido limpias.
Nadie esperaba que la Cumbre resolviera respecto a la OEA, pero colocar su existencia y accionar sobre el tapete de la discusión, muestra la urgencia de cambiar esa actitud injerencista, sesgada, complaciente hacia la potencia norteña y su círculo de influencia. Por otra parte, revivió la CELAC a impulso de los regímenes socialistas, que esperan transformarla en “verdadero mecanismo de integración”. A este objetivo se sumó el presidente ecuatoriano, Guillermo Lasso pese a su orientación neoliberal.
Más allá de todo esto, crece la preocupación por ese constante vaivén gubernamental, capaz de bloquear o al menos retrasar la continuidad en las políticas estatales, acentuando la conflictividad social. (O)