Las lagunas en nuestro nuestra historia y entorno geográfico local, siempre fueron hitos de identidad, desde lo más remoto, ligado al mito cañarí de su origen y su legado de lagunas legendarias y santuarios andinos de altura. Y en mi memoria, motivo de especial búsqueda y fascinación como sus accesos, senderos de fantasía, como el caminito que nos llevaba a la laguna de Cochapamba en mi infancia.
Caminito enmarcado de azulados pencos rebosantes de pulcre del que nos hartábamos con canutitos de cebada, casi siempre florecidos de “chaguarqueros” cargados de jilgueros y flores para los encurtidos de carnaval; mosaico de colores y fragancias de rosas, agapantos y lirios, de geranios rojos, lilas y blancos, de malva olorosa, poleos y altamisas; inagotable despensa de golosinas naturales: capulíes, moras, uvillas, shulalacs, pepinos y gullanes, tunas, chamburos y siglalones; escenario para mirar cerquita jilgueros, gorriones, colibríes, mirlos, chugos, brujillos, tugas, azulejos y tórtolas; con suerte, furtivos cuilampalos, elegantes caracoles, lagartijas y chucurillos; botica natural: huarmi poleo para el dolor de estómago, ruda para el “mal aire” y los “ojeados”, llantén y geranios para cicatrizar heridas, ortiga para los atrasados y “respondones”, mortiño, borraja y alelí para los resfriados, calaguala para las espinillas, en fin, medicina tradicional al alcance de las manos. Despensa inagotable de leña para el fogón, de nidos clandestinos y pulcre.
Es una lástima que, de ese imponente espejo plateado al sol o a la luna, poblada de patos, patillos y garzas, bordeada de apacibles pastos, huertos y maizales, apenas queda un inmenso fangal de totoras y zuros, casi inaccesible, cercada de solares y urbanizaciones. En nuestra memoria siempre estará esa grande y hermosa laguna a la que llegamos por un fraterno novedoso caminito. (O)