Allende los 60s, bien entrados, el poeta Efraín Jara, al amparo de la lámpara de su regia inteligencia, a la manera de Diógenes y como solo él –Efraín, desde luego- solía hacerlo: con iluminación y terquedad inflexibles, andaba empeñado en dar con un crítico que, en el menudeo de los que descaradamente asumían ese título, -aún los hay- no alcanzaban, ni sumando a todos, para uno. La cuestión era que quienes así fungían, se habían quedado atrapados por la oscura práctica de alabar para ser alabado, aunque por su causa terminaban como la serpiente cuando se muerde la cola, envenenados con sus almibarados adjetivos.
Tuvieron que pasar varias décadas para que surgiera un crítico en toda la línea. Su presencia –dominante por cierto- surgió con “Patrimonio Lírico de Cuenca” (2004), precursor de “Cuenca: dos siglos de poesía” (2021), -visión ampliada del primero- de la autoría de Marco Tello, tenaz buceador de profundidades líricas y dueño de una avasalladora solidez intelectual e independencia crítica que le permitieron cumplir con la portentosa tarea de analizar más de 200 obras (entre poesía, crítica y anexos) El rigor conceptual y la belleza lingüística del texto que emplea, es fuego vivo, que no cesa de incendiarnos, con nuestra gozosa aceptación.
Su cosmovisión lírica –de dos siglos- proyecta la mirada honda y lejos: hacia nuestros auténticos poetas tutelares y hacía los recientes. En esa guisa, su logro mayor radica en ese imposible que él lo volvió posible: lograr que las subjetividades de su enfoque poético se transmuten en realidades objetivas para los lectores. Así, su percepción personal se instala como presencia coral colectiva y se convierte – parafraseando a Efraín- en “El mundo de las evidencias”. Ni más. Ni menos. La penetrante lucidez de su obra lleva la inefable marca de lo perdurable. (O)