Esencial e indispensable alimento para los pueblos autóctonos de nuestro continente desde Norteamérica hasta el sur y en variadas combinaciones: desabrido, con sal, sin cáscara, con ella, tostado, cocinado, mote con leche (no recomendado), el famoso mote pillo, los chumales; en las comunidades campesinas andinas infaltable en la “pampa mesa” cuando se lo esparce sobre un mantel y todos los concurrentes almuerzan acompañado de papas cocinadas, cuy asado y al finalizar el draque “para que no patee” la comida y a seguir en el trabajo. Todos nos hemos deleitado con el choclo frito y si le ponemos ají, se hace un plato para caer la baba.
En Centroamérica es un alimento sumamente usual así como en México, no únicamente necesario si no muy tradicional. En ningún hogar pueden faltar las tortillas de maíz para hacer los tacos y los burritos que tanto se consumen allá. También se hace wiski cuando la gramínea fermenta y produce alcohol.
Originario de acá como otros productos más (cacao, hoja de coca, patata, frijoles, etc.) fue, de acuerdo a las leyendas de los pueblos del norte, introducido en el mundo por el dios Quetzalcóatl –la “Serpiente Emplumada”– que apareció un día, no se sabe de dónde, barbado, alto, de piel nada oscura y creó leyes tanto morales como espirituales y medicinales; curó a los enfermos, enseñó a labrar bien para que aprovechen las buenas épocas y evadan las malas.
Un día, tan enigmáticamente como llegó, desapareció. Los años habían pasado y en su piel se notaba y según dicen subió a una nave que se perdió en la confluencia del cielo y el mar por el Este, prometió que volvería, restablecería el orden social y liberaría a su pueblo del avasallamiento. De esto ya tantos milenios, pero su recuerdo y promesa no fueron olvidados lo que hizo cómodo para los españoles, hirsutos y blancos, conquistar a su querido pueblo pues éste pensaba que Quetzalcóatl había vuelto –de acuerdo a la tradición oral– y facilitó la usurpación europea quienes introducirían el maíz en Europa. (O)