La historia del Ecuador republicano, como la de varios países que surgieron del imperio español en América, se ha caracterizado por la inestabilidad política y la frecuente presencia de las fuerzas armadas para derrocar gobiernos y establecer dictaduras. En 1830 se inicia este proceso cuando, destrozando el sueño de Bolívar, se separa de la Gran Colombia. Este hecho llevó al poder al general Juan José Flores, oriundo de Venezuela, cuya participación en la independencia fue importante. Con el positivo paréntesis de Vicente Rocafuerte, se mantuvo en el poder Flores que, intentando una nueva constitución trató de perpetuarse, lo que llevó a un movimiento armado en un día como hoy en 1845 que culminó con la constitución que se elaboró en nuestra ciudad nombrando presidente al civil guayaquileño Vicente Ramón Roca.
Las revoluciones que luego se dieron, han sido de diversos colores y tendencias, con cambios insustanciales y profundos. Los que lideraron la de 1845, consideraron que se había dado la real independencia de nuestro país, e inclusive se elaboró un nuevo escudo que no se perpetuó. Los planteamientos, como en casi todas las “revoluciones”, fueron positivos y de buena fe, pero al cabo de pocos años, en 1851, el militarismo criollo, liderado por Urbina, reinició el proceso militarista cuya última versión concluyó en 1979.
Es indiscutible que esta secuencia de gobiernos democráticos y dictatoriales muestran lo que se considera la inmadurez del Ecuador al optar, como casi todos los nuevos países latinoamericanos, por la democracia, pero es muy difícil pensar si era factible la estabilidad como ocurrió con las colonias inglesas del norte. Cómodo es lamentarse de este fenómeno histórico y atribuirle todos los males y subdesarrollo. Lo que importa en nuestros días es trabajar para el futuro, considerando que la estabilidad política, con pequeñas e insustanciales variaciones, se ha establecido en nuestra patria por 23 años.