Pasadas las festividades del Carnaval, días de aparente liberación social y de excesos en el comer, beber y festejar, en la tradición cristiana le siguen cuarenta días de retraimiento, arrepentimiento y penitencia, de ayunos y privaciones o al menos restricciones que, las más de las veces quedan en buenos propósitos y ni eso. Cuarenta días de recogimiento para recibir la Semana Santa y un reencuentro con la Fe y la Divinidad.
Recogimiento que nos lleve a una profunda reflexión y el camino puede ser la meditación que va más allá de repetir oraciones o mantras, pedir perdón y ofrecer enmiendas; meditar que, es más fácil practicar que definir como, dice la doctora en Neurociencia Nazareth[TA1] Castellanos en su libro, El espejo del cerebro, entendemos como un proceso consciente de interiorización y contemplación íntima, proceso mental que nos permite “observarnos a nosotros mismos”, buscar nuestra esencia desde la conciencia, puesto que pasamos la mayor parte de tiempo en un estado de ensoñación despegados del mundo externo, “en piloto automático”, estado de inconsciencia mental que Santa Teresa de Jesús llamó “la loca de la casa” puesto que está ahí y con discurso propio. Y Cita también a John Milton, “la mente es nuestra casa y esta puede ser un paraíso o un infierno”, entiendo que en la medida en que podamos o no concientizar y direccionar su frenética actividad.
Así entiendo el recogimiento cuaresmal, una cita íntima con nosotros mismos, con la esencia vital y una espiritualidad intrínseca. ¿En dónde está Dios? -En el cielo, en la tierra, en toda parte y lugar-, nos enseñó el catecismo del Abuelo. En esa candidez infantil suponíamos en esa abstracción azul infinita, los altares, iglesias y catedrales, la eucaristía, pero ni idea, que también está en nosotros, en nuestra propia oscuridad y que es ahí, corazón y mente, en dónde debemos buscar ese reencuentro con la Divinidad. (O)