Las mayorías legislativas móviles sacuden los propios cimientos de la Asamblea y, sobre todo, ponen en riesgo, en grave riesgo a la misma institucionalidad, incluida, desde luego, nuestra maltrecha democracia, que yace alicaída frente a un futuro que se perfila aciago y marcado por las largas sombras de la incertidumbre. Su presencia, es un complot, cuyo poder radica precisamente en esa ciega horda numérica dominante que, cuando trata de imponer su siniestro proyecto desestabilizador, promueve descaradamente los “pactos de la regalada gana”. Para lograrlo, hacen gala de una desalmada sangre fría, de esa que, los expertos aseguran que es propia, ¿será?, de los no vertebrados. Lo cierto es que con tal de detener la marcha del país y a pretexto de una mal entendida oposición, dan paso a todos aquellos mecanismos que sobre la base de discusiones bizantinas e insufribles empantanan el avance nacional. No les importan las violaciones legales, pues, de lo que se trata, es de sembrar el caos y lograr la desintegración de la Patria.
Tan es así, que acaban de conceder la amnistía a los autores de 207 delitos por daños a bienes públicos, 16 por terrorismo, 44 por sabotaje, 35 por secuestro, 113 por ataque a miembros de la Policía y de las Fuerzas Armadas, con un total de 9 muertos y de 1507 heridos, amén de otros delitos atroces. Pese a tan escalofriantes cifras, los “generosos amnistiadores”, no se inmutaron y más bien conformaron una suerte de “banda legislativa” que operó sin Dios ni ley. Fue así como con una sola resolución, sin el análisis individual que requería cada caso, por tener sus propias particularidades, exculparon de un solo plumazo a toda esa sórdida turba delincuencial.
Contra el desgobierno que provocan las mayorías legislativas móviles, hay 2 principales remedios: 1) La muerte cruzada; temible, pero que, al momento, parece inevitable; y, 2) la reducción –previa consulta popular- de la Asamblea a 50 legisladores o menos. Con una asamblea tan desprestigiada, no hay duda que se votará por su reducción. Lo cierto del caso es que la muerte cruzada, -si queremos salvar al país-, se impone como tarea cívica y moral inexcusable. Es más, es posible que ya esté tocando a tu puerta. (O)