Yo creo en nuestro pueblo. Más allá de los días en los que uno se hastía de los canallas y el ánimo se ensombrece por el noticiero, yo creo en nuestra gente, así, con las manos puestas al fuego. Y más aún en días como este, cuando escribo desde los fríos y agrestes caminos de Sayausí. Y lo escribo, además, con el corazón lleno de un orgullo altivo y arrogante. Porque Cuenca es, ciertamente invencible.
Y ahora, que lo peor ha pasado, hace la memoria el cuidadoso recuento: un torrencial diluvio en medio de un hosco invierno que ya venía, hace varios días, poniendo a prueba la capacidad de desfogue natural de esas quebradas siempre pobladas de escombros y construcciones ilegales. De pronto, cuando el ocaso anunciaba la oscuridad, un bramido de la tierra rasgaba la tranquilidad del monte y en cuestión de segundos, decenas de miles de metros cúbicos de lodo y rocas se precipitaban sobre la carretera principal. En minutos, se perdieron vidas y bienes. Centenares de autos quedaron asilados entre los derrumbes. Y miles de personas iniciaron una lenta y angustiosa espera, entre el hambre y la lluvia, por ser rescatados y asistidos.
Y entonces, a la tragedia le seguiría el milagro. En minutos varias instituciones, lideradas por el municipio, se activaron. Los bomberos jugándose la vida entre el lodo y los escombros. La empresa eléctrica iniciando, de inmediato, la titánica labor de restituir la energía. La maquinaria lanzándose a la tarea de estabilizar el terreno. Prefectura, policía, ejército. Y, sobre todo, ciudadanos. Miles de cuencanos movilizándose, donando ropa, comida, medicinas, permitiendo la pronta intervención de los grupos de acción social que se desplegaban desde GAD. Miles de manos tendiendo puentes para sostener la vida. Y si bien las últimas horas se han manchado con los consabidos desvaríos de vanidad del gobierno central, lo cierto, lo que realmente sucedió, fue un hermoso acto de comunión ciudadana. Yo mismo, que poco o nada pude hacer, fui testigo. Soy testigo.
Dicen que la profundidad del hombre se mide por su humildad y la grandeza de un pueblo por su solidaridad. Pues bien, queda demostrado… (O)