Como para que nunca olvidemos que en abril hay aguas mil y en mayo llueve hasta que se pudra el sayo, hace setenta y dos años -el tres de abril-el Tomebamba creció y causó en Cuenca los mayores estragos de los que se tiene memoria. Inundaciones y la destrucción de tres puentes: el de El Vado, el de Todos Santos (que quedó con el nuevo nombre de Puente Roto) y el más humilde de todos: el de El Vergel, sector en donde el río se llevó también la iglesia, que no estaba ubicada, donde está la actual. La “Historia del Tomebamba” (1997) de Margarita Vega de C. es fundamental para conocer en detalle la vida del río.
El de El Vado había durado poco menos de siglo y medio desde que fue construido entre 1811 y 1818, como consta en el libro “Los puentes de Cuenca” de Raúl Carrasco Zamora. El de Todos Santos, construido entre 1840 y 1850, había sido inicialmente de madera, como los puentes coloniales. El tercer puente-aguas abajo- que sucumbió fue el de El Vergel levantado en 1940 para reemplazar al construido en 1920, “llevado” por otra creciente del temible Matadero, así llamado por el camal que había en su orilla y San Julián como fue bautizado por el Obispo Carrión y Marfil, empeñado en cristianizar y volver manso al río. Al gran creciente de abril de 1950 sobrevivieron solamente los puentes de El Centenario y el de La Escalinata.
Los estudios hablan de un gran taponamiento que habría sufrido el río en la zona del Cajas. Cuando ese taponamiento cedió, las aguas se lanzaron destruyendo lo que encontraron a su paso.
Hoy setenta y dos años después, las aguas mil de abril vuelven a causar estragos, esta vez en Sayausí con una tragedia que incluye la pérdida de vidas humanas y viviendas. Queda todavía por verse si se trató de causas naturales o de la acción desaprensiva de algunas personas. Igual que ocurrió en La Gasca en Quito, hace pocos meses. De ser así, no son las fuerzas naturales las que destruyen. Es la mano humana. (O)