Se asegura que en la entrada de las cárceles hay varios grandes letreros que dicen algo así: “Se adquieren armas”. Ingresarlas no es problema, porque hemos comprado cada centímetro de la ruta que atraviesan, como también cada centímetro de los llamados a impedirlo. Firman: Los convictos. A renglón seguido, aparece este otro letrero: Se cambian reclusos por cheques en blanco, a quienes les esperará pasaporte para cualquier país o, si prefieren, avioneta de narcos, lista para realizar el viaje que escojan, incluida la dosis de sustancia blanca que les permitirá volar alto. Estratósfera arriba.
También asomó este otro sugestivo letrero: Se venden butacas para que vean en vivo y directo toda clase de asesinatos, incluidos los decapitados. Además, y por aquello de que en barriga llena corazón contento, se servirán ceviches al estilo que más les agrada a las distintas bandas, esto es, salpicados por sangre viva. Así las cosas, el gobierno ha decidido proteger las cárceles. Por fin. Apláudanla de pie, como tiene que ser, como mandan las reglas de urbanidad.
En este punto, permítanme dar paso a este último y aleccionador letrero: Cambio mayoría parlamentaria por libertad de Glas. Bueno, debemos convenir que nada es más importante que la libertad. De allí que, si para obtenerla, es necesario gastarse toda la plata del mundo, incluidos unos cuantos milloncitos obtenidos durante la década perdida, hay que hacerlo. Libertad es libertad. Por cierto, que los autores de la actual aplanadora legislativa tienen que admitir que en política no hay pactos, sino intereses en común, por lo que, estando en lo más lindo, pueden esfumarse abruptamente. El momento en que Correa intente regresar al país, marcará el fin del acuerdo. Ya lo verán.
De todo el embrollo, sale en claro que la libertad podría servir a Glas para que instale un negocio redondo de compra de sentencias al más puro estilo Chuqui Seven y, hasta podría ocurrir –porque todo es ahora posible- que plata en mano logre cambiar a los demás sentenciados de la década perdida con los jueces que los sentenciaron, lo que en buen romance podría significar, hoy por ti, mañana por mí, a condición ¡eso sí! de que siga la fiesta. (O)