Es verdad, los reos nunca llegaron, pero la intención cuenta. Porque, además, si los peligrosos delincuentes que protagonizaron la última carnicería de Santo Domingo, no residen ahora a escasos seis kilómetros del corazón urbano de Cuenca, no es porque el gobierno nacional, así de pronto, tuvo una epifanía de respeto por esta ciudad que desconoce y desprecia. Es porque Cuenca se hizo escuchar, bajo el liderazgo de su alcalde, en una asamblea en la que cámaras, barrios, gremios y sociedad civil dijeron ¡Basta! ¡Basta de humillaciones y atropellos! ¡Basta del centralismo absurdo y absorbente que drena nuestros recursos y nos niega la inversión pública! ¡Basta de relegar a Cuenca! ¡Basta de olvidar lo que Cuenca es y representa! ¡Basta ya! Porque la paciencia se agota…
Entonces lo diré de nuevo, si los reos de la masacre de Santo Domingo no están ahora en Turi, no es por responsabilidad sino por amenaza. No es porque el gobierno lo decidió sino porque Cuenca se hizo respetar. Y en buena hora. Porque, la verdad, es que el problema no radica en que trasladen o dejen de trasladar los reos a la cárcel de Turi. El problema, el de fondo, el estructural, es que Turi forma parte de un sistema penitenciario colapsado y hundido en el más absoluto caos. Un sistema que ya va reclamando cerca de 400 vidas dentro de aquellas cárceles donde no manda dios ni ley, de aquellos pozos sin fondo que podrán ser cualquier cosa menos centros de rehabilitación.
Y, además, porque ese sistema penitenciario, hoy en manos de los delincuentes, se comunica e interactúa con las organizaciones delictivas del exterior, formando una extensa red que poco a poco va sumiendo nuestros barrios en la inseguridad. Realidad que muestra su lado más aterrador en la hermana Guayaquil, ciudad desgarrada por la violencia dónde la gente se mata por las calles mientras el gobierno nacional, ajeno, desorientado y más preocupado por servir a las élites económicas que lo sostienen, no atina a dar una respuesta concreta. Y ciertamente, en medio del caos y la indiferencia, no será Cuenca quien pague las consecuencias… (O)