En su sexta edición, este texto que le procurara a su autor, la condecoración Vicente Rocafuerte, exhibe los cuadros más sugestivos de su amada ciudad. Una topografía que ostenta mil y una descripciones a través de la palabra poética. Cada segmento versal, expresado en plena libertad formal; cada una de las imágenes y estampas, que conforman esa ciudad
amada, consignadas, a través de los sentimientos y emociones del poeta.
Si de Cuenca se dice que es cuna de cultura, ahora a través de este poemario, se sostendrá que Cuenca es sinfonía, por tanto, sonido, requiebro, armonía, movimiento, de sostenida duración.
Cuenca es una ciudad de paisajes “crucificada en aguas y montañas”, pero también es elevación y expresión en casas, portones, ventanas, balcones, calles, patios y cúpulas.
“…el sol besa las calles solitarias / y el rostro de las casas escondidas.”
“La pared de bahareque, / la vetusta techumbre, / el rincón olvidado…”
Jorge Dávila Vásquez es el poeta magnífico que destaca la belleza de “la ciudad amada”, pero, sobre todo, es preciso resaltar la minucia en su recorrido poético, cada detalle, cada pequeñez, en su palabra, cobra vigor y belleza: una campana, un globo, un cirio, un postigo, una ventana.
Cuenca es todo un poema, por donde se la mire, ella exhibe belleza, armonía, moderación. “Sinfonía de la Ciudad Amada” expresa todo lo que ella es y ha sido por años: solera y trascendencia. (O)