Excepto en el ámbito deportivo, en Ecuador no hay mayor espacio para el optimismo. La mayor parte de informaciones reflejan el sombrío panorama del país real.
La ecuatoriana debe ser una de las sociedades más estresadas. Cada individuo, cada familia tiene sus problemas propios. Cada quien trata de enfrentarlos a su manera. Así ha sido siempre; y lo será. Pero esos individuos, esas familias, también cargan sobre sus hombros los problemas generados por múltiples y complejos factores recurrentes en el manejo político, económico y social del país.
Muchos de esos factores permanecen de forma subterránea. Tarde o temprano salen a flote. En Quito, para 200 puestos de trabajo de aseo de calles se presentan más de 6 mil interesados. Muchos, incluso con título de tercer nivel. Esto indica la desesperación de la gente por conseguir trabajo; no solo en esa capital, en todo Ecuador.
A lo mejor, la mayoría no asimile cómo Ecuador puede caer envuelto en la inminente recesión mundial, consecuencia de la guerra, de la inflación y de la paridad cambiaria de las monedas más fuertes: el euro y el dólar.
Las mesas de diálogo, cuyos resultados son impredecibles, y la caída del precio del petróleo, han elevado el índice del riesgo país sobre los 1.488 puntos. Este es un indicador valorado en los mercados internacionales.
Son informaciones poco alentadoras, como lo son las afectaciones viales a causa de las lluvias, ni se diga los derivados de la inseguridad ciudadana. A causa de esta, por ejemplo, la sociedad vive presa del miedo, produce a sobresaltos; día tras día es bombardeada con la crónica roja, no bien tratada en los medios de comunicación.
Hace falta un gran acuerdo nacional. Pasar de la criticidad a la acción. Diseñar un proyecto de país para salir del empantanamiento, de la belicosidad, incluso de la ruindad y mediocridad de cierta clase política. Sí hay antídotos contra el desencanto.