Como Simon Sinek menciona en El Juego Infinito, tenemos dos opciones, vivimos la vida como si esta fuera un juego finito, en el que intentamos vencer y ganar a nuestros contrincantes; o la vivimos como si de un juego infinito se tratara, en el que jugamos para vencernos a nosotros mismos y en el que buscamos ser nuestra mejor versión cada día.
Los juegos finitos se caracterizan por tener jugadores conocidos, reglas establecidas y un objetivo previamente acordado. Fútbol, tenis, son juegos finitos en los que, si es que hay un ganador, necesariamente habrá un perdedor. Mientras que, los juegos infinitos se caracterizan por tener jugadores conocidos y desconocidos; es decir, que nuevos jugadores pueden entrar al juego en cualquier momento; las reglas pueden cambiar, lo que implica que cada uno juega como quiere; y el objetivo es perpetuar el juego, mantenerse en él tanto como sea posible. Visto así resulta que todos somos parte de un juego infinito lo queramos o no, y que, si bien podemos ser los mejores de la clase, eso no nos convierte en ganadores en la vida, ya que como Sinek dice, nadie es el ganador definitivo en la educación, en los negocios o en la política. Cada triunfo personal es temporal y puede ser superado por otros o por nosotros mismos; ser el mejor, el número uno es algo relativo, es algo finito, en un juego infinito.
El jugador infinito entiende que no siempre se puede ganar, que a veces la vida nos pone adelante y a veces atrás. Si ganamos un cliente y logramos que nos prefiera frente a la competencia, eso es un juego finito, pero el juego infinito es lograr que se quede con nosotros, que nos siga prefiriendo, que esté contento con su decisión, que nos recomiende. Así pues, es necesario ajustar nuestra mentalidad a la del juego infinito que es la vida. (O)