Ante el convencimiento que todo es efímero, nada perdura y hay que hacer para inmediatos todo, así, disfrutando del momento como algunos lo llaman, cabe reflexionar.
El Ecuador está sumido en una vergüenza sistemática y diaria que desde la Asamblea Nacional se produce. A nadie le interesa ya siquiera mirar hacia su interior. Es mejor pasar de ladito. Aquello, por la desgastada acción de sus miembros que causa repudio y muestra un Estado en caída libre.
Y es que, entre varias causas, una de las más contundentes en el deterioro de la representatividad y actividad de la Asamblea Nacional, es haber pulverizado al sistema de partidos políticos en el Ecuador. No teníamos uno perfecto, pero en algo estaba hecho a la medida y mal o bien, cumplía su rol. Existía formación, capacitación, ideología, cuadros formados y no improvisados, de hecho, hasta diálogo y espacios de concertación se generaban.
Hoy, uno de los detonantes para tener -toda- mala clase de asambleístas jugando a quién sabe qué, es la carencia de institucionalización de los partidos, trayendo como consecuencia la improvisación, los adalides de incapacidad, los “distraí”, los “diezmosos”, los “si van a robar roben bien” y las invisibles ejecutorias desde el órgano más plural que debería, correspondiera, ser el más representativo del país. Cuestión que no sucede.
La actividad en la Asamblea se ha tornado en una forma clásica de caciques, patrones y clientes, ausencia de pudor, intercambio de favores, tutela a patrimonios, conquista a dueños de agrupaciones y soterrados acuerdos. No destaca ninguno de sus actores. Y si alguno de sus miembros alguna credencial ética mantiene, se ve invisibilizado por ser parte del Legislativo más vergonzoso que ha tenido el Ecuador.
A propósito, no puede sostenerse el discurso que siempre ha sido así, no es verdad. Han existido buenos, muy buenos y excelentes parlamentos, éste no llega ni a reprobado. (O)