Ecuador ve absorto la escena de un niño de cuatro años de edad, abandonado en la frontera entre México y los Estados Unidos.
Con su pasaporte, un juguete y la información de contacto de sus padres, fue encontrado por un agente de la patrulla fronteriza. Una escena conmovedora, macabra a la vez, ni se diga, inhumana.
Los traficantes de seres humanos lo dejaron a la deriva, como suelen hacer con quienes, sin los documentos en regla, se juegan la vida intentando cumplir el “sueño americano”, cada vez más irreal, así logren llegar.
No es el único niño abandonado en tales circunstancias. Tampoco lo será.
Cientos de ellos, una vez localizados por agentes de migración, son llevados a albergues. Aquí comienza otro drama hasta ser repatriados o, en un golpe de suerte, entregados a sus familiares en los Estados Unidos.
A lo mejor también morirán; pues las peripecias de la migración irregular no se las conoce del todo.
Según una funcionaria de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, desde enero a septiembre de 2022 fueron encontrados más de 19.651 niños “no acompañados”. Es decir, dejados en manos de los “coyotes”, una de las más sofisticadas mafias transnacionales.
Por ventaja, el niño en referencia fue llevado a un albergue. El consulado de Ecuador en Houston coordina la entrega a su madre, ya ubicada en Estados Unidos.
Su caso, si bien ya es lugar común decirlo, es parte del drama de miles de indocumentados. Instalados en ese país se proponen llevar a sus hijos. No importa la edad, ni el peligro, ni lo irresponsable de sus arriesgadas decisiones, así sea a nombre de una no bien entendida reinserción familiar.
A la inversa, para los menores, entre ellos los adolescentes -no interesa si están en la escuela o en el colegio-, su meta migrar a los Estados Unidos. Igual como lo hacen otras miles de personas.
La migración tiene efecto multiplicador. Es un fenómeno social imparable. El Estado parece impotente para, al menos, aplacarlo con algunas políticas e impulsando oportunidades.