Jorge L. Durán F.
Qué hacer en un país donde los menores de edad, de los estratos sociales más pobres, sin estudios, sin trabajo, casi, casi que sin familia, sin futuro, son reclutados por bandas narcocriminales para que asesinen.
Previamente entrenados, comenzando para que sientan desprecio por la vida humana, hacen su trabajo a cambio de unos pocos dólares. Apenas para un pan; pues lo más lo gastan para comprar drogas.
Así, la vida es adaptada a un infierno en el cual no basta quemarse solo; también a quienes se pongan por delante. El de Dante queda corto y para la ficción. El nuestro es real.
Qué hacer en un país donde en la jungla de las redes sociales tienen voz los corruptos, los canallas. Donde todos, convertidos en fiscales y jueces condenan, aun a quienes creen que en las noches todos los toros son negros.
Inmortalizan y endiosan a sus becerros de oro. Convierten a la verdad en mentira; a la mentira en verdad. Hasta hablan de la inmortalidad de las cucarachas. Se inventan rumores y replican sandeces.
Nunca antes el país estuvo lleno de “sabiondos” ni de liliputienses, ávidos de links, de ser “alguien” en redes sociales, en las que se fragua el país del odio, de la corrupción, de la más vil de las bajezas, de la propaganda, del vaciamiento total como sociedad.
Si antes el papel lo aguantaba todo, ahora todo lo aguantan esas redes. A través de ellas, pensar, razonar, debatir, comentar, informar con la verdad, es lo de menos.
Qué hacer en un país donde elementales derechos como tener medicamentos, seguridad, oportunidades de trabajo, son desatendidos por un Estado, convertido en el “ogro filantrópico” del que nos habló Octavio Paz.
Donde, antes nos gobernó un megalómano y esquizofrénico; luego un cuántico. Ahora un señor timorato, de lágrima fácil, que piensa que las buenas intenciones son suficientes para dirigir un pueblo que mucho esperó de él, mientras muestra ambas mejillas a grupos belicosos, se asusta al primer ladrido de perros rabiosos, sabedores de que no puede controlar su adrenalina.
Donde es deporte nacional intentar cambiar todo para que nada cambie; donde la venganza política no importa así el país se vaya por el desbarrancadero; donde ser político equivale a ser comparado con la “raza ratonil” y lo toma como el panal del cual nunca quiere desprenderse.
Qué hacer en un país donde el otro deporte son las campañas electorales, la ocasión para ver desfilar a decenas de unos “los y las”, sin saber si, de pronto, las “las son los, o los son las”, en pro de una misma dignidad, en suma, de una misma teta.
Qué hacer en un país donde todos como que quieren irse; o se han ido sin haber partido. ¡Qué vacío!