Hernán Abad Rodas
El mundo es el escenario donde triunfa el mejor actor. La ideología es apenas la música de fondo de ese gran teatro donde prospera la ficción. El universo es un mercado, por el que transitan los mercaderes de las famas.
Es lamentable que vivamos en un planeta donde la cultura del espectáculo tiene garantizada su permanencia. Así, cotidianamente vemos, como las revistas de mayor difusión en el planeta, y los programas más populares, sean los que desnuden ante el público las intimidades de la gente famosa, que no se destaca por sus hazañas científicas o sociales, sino por sus escándalos o extravagancias callejeras.
Es notorio el protagonismo que en la sociedad de nuestro tiempo han alcanzado los bufones.
Ésta era una nobilísima profesión en el pasado: divertir, convirtiéndose a sí mismo en una farsa o comedia ambulante, en un personaje ficticio que distorsiona la vida, la experiencia, la verdad, para hacer reír o soñar a su público, es un arte antiguo difícil y admirable, del que nacieron el teatro, la ópera, las tragedias, acaso las novelas.
Pero las cosas cambian de Palencia cuando una sociedad hechizada por la representación y la necesidad de divertirse, ejerce una presión que va modelando y convirtiendo poco a poco a sus políticos, sus intelectuales, sus periodistas, sus artistas, sus pastores o sacerdotes y hasta sus científicos y militares, en bufones.
Detrás de semejante espectáculo, muchas cosas comienzan a desbaratarse, las fronteras entre la verdad y la mentira, por ejemplo, los valores morales, la naturaleza de las instituciones y, por supuesto, la vida política.
No es sorprendente que, por eso, en algunos países de Latinoamérica, donde reinan el hambre y la injusticia social, aventureros políticos de toda especie, e ilustres desconocidos lleguen al poder, gracias a su capacidad histriónica, al dominio del malabarismo de tarima, y a su pasión por el espectáculo; luego hipnoticen a las masas, y sumen a sus pueblos en la más profunda miseria.
Sin embargo, tarde o temprano, inevitablemente, caen los telones de esa comedia en la que se ha convertido a la república, quedando a la vista la tragedia, el hambre, la persecución, la corrupción y la liquidación de las sociedades, como en Venezuela o Nicaragua.
Y como ocurrió en todas las llamadas “democracias” del siglo XXI, incluida la del Mesías tropical, jefe de la Pseudorevolución ciudadana, prófugo y residente en Bélgica.
La cultura del espectáculo es el arma predilecta usada por los caudillos populistas y autoritarios para eternizarse en el poder.
El desastre social y cultural continuará, si seguimos honrando falsos profetas de nuestra política, y no dejamos la televisión, abandonamos los salones elegantes y las revistas del corazón, y volvemos a las bibliotecas a leer, aprender y reflexionar que tanta falta nos hace. (O)