La expresión fue parafraseada en el marco de un reciente homenaje póstumo al insigne médico cuencano, Edgar Rodas Andrade. Las palabras fueron precisas porque la fama se asocia con los personajes vivos que, por lo general, disfrutan de manera efímera el nombre (bueno o malo) que se han ganado en la sociedad. Sin embargo, la gloria, esa es otorgada de manera póstuma, cuando la existencia trasciende el espacio físico y se vuelve memoria, se convierte en legado.
La noche permitió recordar, de las líneas pronunciadas por otros cuencanos como César Hermida y Gustavo Vega, la trayectoria de Edgar Rodas, médico y ciudadano comprometido con la cirugía, la educación médica y el servicio social. Su hijo, Edgar Rodas R., comentó los avances de la Fundación Cinterandes, con el recorrido y las atenciones que el famoso quirófano móvil ha podido ofrecer junto con las bondades de la telemedicina aplicada al servicio de comunidades con situaciones económicas muy difíciles. Su esposa, la querida Dolores, recibió las insignias que reconocen el más alto grado que la academia puede otorgar, el Doctorado Honoris Causa, que la Universidad Internacional del Ecuador decidió entregar en un sentido homenaje.
Los premios nobel reconocen las metas cumplidas por quienes se han destacado en las distintas ramas científicas, artísticas y sociales. Se entregan en vida, lo que limita reconocer el servicio a la sociedad de quienes entregaron todo pero que los resultados de su trabajo tomaron más tiempo en llegar a la suficiente notoriedad. Para ellos queda la gloria, que escoge ser póstuma. (O)