No hay fiesta que se tejan más suposiciones que la Navidad. Para empezar se la considera como religiosa, y se le canta “noche de paz y amor” y trae “felicidad a mucha gente”, atreverse contra ella, huele a herejía, pues estoy en un terreno muy resbaladizo. Me gritaran que la Navidad es santa, quienes viven en su espíritu, por lo tanto, me atengo a los hechos, a las manifestaciones culturales; y, si somos analíticos debemos concluir que la Navidad, no es más que una fiesta del comercio, de la domesticación cultural.
En Escuela y colegios, sean estos religiosos o no, escenifican el nacimiento divino, y chiquillada con gran alboroto, escenifican, a la Virgen, San Jose y otros, todos ellos, los más bermejos, están en la escena “No se concibe, a una Maria, ni aun Salvador del mundo a un rapaz aindiado”.
Allí está el árbol, que ha sido trasplantada desde Europa. El pino oloroso, y el ciprés, ocupan en las salas de los establecimientos educativos, con frutos del país encantado. Cuelgan los bombillos multicolores, y un detalle supremo es la nieve de la lejana Europa del este… Aquí se pierde la noción de la geografía; y si estuvo en Gringolandia, el árbol es platinado…Y qué decir de Santa Claus, enfundados de traje rojo y abundante barba blanca, y este señorón debe entrar por la chimenea, como los mediocres calumniadores ingresan a la burocracia, por las ventanas.
La Navidad sirve también al comercio: refrigeradoras, licores, automóviles, y otros pronuncian “paz y amor” para anunciar sus productos, y sus modelos visten el uniforme rojo de Santa Claus y aseguran con una voz femenina que la “felicidad llegara a sus hogares quienes compren a plazos o al contado, una licuadora, un congelador, o cualquiera de sus productos… Así es la Navidad. (O)