¿Cuántos recordamos nuestro primer juguete?; ¿con cuántos amigos de juego de la infancia aún frecuentamos?
Los juguetes nos permiten comprender la historia de la infancia y sus prácticas socioculturales; también, se convierten en el puente mediador entre las generaciones anteriores y las actuales.
Los juguetes representan múltiples significados y tienen un valor sustancial en la memoria. Al conversar, podemos dilucidar cómo fue la infancia y qué recuerdos tenemos de ella; a la vez, complementar con frases de emoción, las anécdotas y aprendizajes que obtuvimos con cada uno de los juguetes.
Los juguetes nos permiten crear historias, romper ese entramado entre la fantasía y lo real; entre lo real y lo imaginado; generamos un estímulo creativo y productor de ideas que se van perdiendo con los años.
El juego expone emociones, construye lenguajes, revela a través de la mirada esas expresiones sinceras y espontáneas; y, en ese sincerarse de lado y lado, también hay confesiones de empatía o apatía, aunque sean momentáneas.
Los juguetes también nos llenan de experiencia individual y colectiva, de esa aproximación a ser y estar con los otros; se transforman en una plataforma basada en la ética y la moral que, sin saberlo en ese entonces, se convierte en el inicio de lo que será, a futuro, “el juego de la vida”.
Sería bueno preguntarse si la industria involucrada en la producción de juegos y juguetes que construye la memoria de la infancia, ¿está consciente de las representaciones, recuerdos, fantasías, pulsiones y estímulos que generan con estos objetos y con su práctica? ¿Cuál será, actualmente, el reflejo de la sociedad en torno a la cultura de los juguetes?; posiblemente, los resultados serían juguetes que respondan a las figuras de acción globalizadoras que están absorbiéndonos en un nuevo “modelo de identidad”. (O)