Resulta frustrante que cada vez nos sorprendamos menos frente a los actos de corrupción, que éstos se hayan convertido en un hecho cotidiano que ya no llaman la atención, y que sus tentáculos se hayan esparcido por todos los sectores de la sociedad, no solamente entre las clases políticas, sino también a nivel corporativo, institucional y en la sociedad en general.
Al estudiar los antecedentes del liderazgo ético, Saidur Rahaman y otros (2019), afirman que dicho liderazgo puede desarrollarse dentro de las organizaciones, y que el camino para que esto suceda parte de las actitudes que dentro de las mismas organizaciones se tiene hacia el comportamiento ético. Esto se relaciona con la afirmación de que ‘el carácter importa’ para el liderazgo, o con el deseo de que nuestros líderes en la política y en las organizaciones tengan ‘buen carácter’. Algo así como a lo que Keith Grint (2010) en su libro On leadership: A very short introduction se refiere como carácter moral, un carácter que garantizará que los líderes hagan todo lo posible por favorecer a su organización y al bien común, actuando por encima del interés propio.
Para Joanne Cuilla (2014) el carácter es lo que permite a los líderes decidir cómo proceder cuando necesitan elegir entre objetivos deseables y conflictivos, cómo maximizar los buenos resultados y respetar los derechos individuales. Afirma también que la sabiduría les proporciona el juicio para saber cuándo deben centrarse en el propósito a largo plazo sobre la ganancia a corto plazo.
El carácter también es lo que nos permite confiar en que los líderes tomarán las decisiones «correctas», incluso cuando nadie les esté mirando o en ausencia de supervisión. De allí la importancia de elegir a líderes con buen carácter. (O)
@ceciliaugalde