Dicen las escrituras, que cuando Jesús nació era un niño muy hermoso, la felicidad de María, era tan grande, como su asombro y admiración ante su vástago; retenía su mirada largamente sobre su rostro, y después se perdía en el horizonte a través de la entrada al pesebre absorta como si estuviera contemplando una revelación del cielo.
Jesús tenía siempre alta la frente, en sus ojos brillaba la luz del Señor; los que le conocieron dicen que estaba a menudo triste, pero su tristeza era un bálsamo para las heridas de los afligidos y desamparados.
Cuando sonreía el Nazareno, dicen la suya era una sonrisa de los que tienen hambre de lo oculto; una sonrisa como polvo de estrellas sobre párpados de niños y como rayos de luna a orillas de un apacible lago.
Jesús se sonreía, como si sus labios quisieran cantar en el festín de una boda, sin embargo, el maestro era melancólico, tenía la tristeza de un ave que no quería volar sobre sus compañeros.
Dicen los evangelios que Jesús era como un torrente que, descendía de las alturas para devastar y destruir los obstáculos y que; al mismo tiempo era ingenuo como la sonrisa de un niño.
Jesús conoció el mar y el cielo, habló de las perlas cuya luminosidad no proviene de nuestra luz, y de las estrellas que vigilan nuestra noche. Conoció las montañas tal como la conocen las águilas, los valles como los conocen los arroyos y los manantiales. Había un desierto en su silencio y un vasto vergel en sus palabras.
La personalidad de Jesús era compleja, conforme nos presenta el nuevo testamento, era vehemente y gentil, sociable y solitario, lleno de energía y sujeto a la fatiga; sobre todo, era tanto tradicional como innovador, conservador como revolucionario. Entre sus distintos rasgos están su elocuencia y compasión.
Jesús continúa viniendo a este convulsionado mundo, recorre muchos países, especialmente a aquellos en que el hambre, la injusticia, la miseria, las falsas revoluciones y las guerras tienen su estancia; pero sigue siendo extraño entre los hombres; a pesar de que el eco de su voz no se ha apagado.
Jesús de Galilea vive en cada una de nuestras almas, es el hombre que se elevó sobre todos los hombres, es el espíritu que llama a las puertas de nuestro espíritu.
Jesús no era un sueño ni un pensamiento concebido por la fantasía de los poetas, sino un ser humano como usted y yo amable lector, en oído, en vista, en tacto; en lo demás era diferente a todos nosotros. De genio alegre, a través de la alegría conoció la tristeza de los hombres, y desde la más alta cima de su aflicción, divisó la alegría de los hombres.
Jesús de Galilea vive en cada una de nuestras almas, es el hombre que se elevó sobre todos los hombres, es el espíritu que llama a las puertas de nuestro espíritu. (O)