Una palmada sobre el hombro, inesperada. “¡Hola pana como estás!” y sin darme tiempo de reacción, retira la silla y se sienta al frente. Zapatos de montaña, bufanda de lana y un par de ojos marrón que transmitían una alarma difícil de ignorar. Le digo que estoy bien, y le pido por señas un café. “¿Escribiendo algo?” No respondo. La computadora abierta junto al …











