Dentro de tres meses, cumpliré ochenta y siete años, una edad nada despreciable, en tiempos aciagos para la continuidad de la vida. Los peligros se incrementan en medio de una rampante insensatez y despreocupación. No he perdido aún mi lucidez: puedo distinguir a pobres de recursos materiales que deambulan por la ciudad, con las manos …











