Años atrás, en un pueblo cuyo nombre no vale citar, Vicente, de 75 años de edad, aquejado de quien sabe qué enfermedad, los fines de semana salía de su casa asido a dos bastones de madera. Caminaba por una empinada cuesta. Con la mirada perdida, tostado por el sol, sin fuerzas, daba tres pasos y …











