La victoria de Daniel Noboa en Cuenca no debe confundirse con un respaldo pleno a su proyecto ni mucho menos con un viraje ideológico hacia el conservadurismo. Lo ocurrido en las urnas refleja más bien un voto estratégico, crítico y condicionado. En una ciudad con larga tradición progresista, el electorado actuó con memoria histórica, más guiado por la necesidad de frenar errores pasados que por entusiasmo hacia lo nuevo. Cuenca votó, como tantas veces antes, en defensa de su autonomía política y de los valores que la han identificado por décadas: derechos, ética pública y modernización democrática.
Lejos de extinguirse, el progresismo en Cuenca se ha reformulado. La ciudad rechazó el correísmo, no porque haya dejado de creer en la justicia social, sino por temor a la inestabilidad, cambios que no lograron entusiasmar o la idea del debilitamiento institucional o la corrupción. Pero esa ruptura no se traduce en una aceptación ciega de la derecha. Por el contrario, Cuenca ha sido cuna de luchas sociales y ciudadanas que defienden el medio ambiente, la educación pública y la participación horizontal. Esas causas siguen vivas y serán el termómetro con el que se mida a cualquier gobierno, incluido el de Noboa.
La paradoja del voto cuencano es que dio la victoria a un candidato que no representa sus banderas tradicionales, pero al mismo tiempo le impuso una mochila cargada de expectativas y límites. Noboa ganó, sí, pero no conquistó. No hay margen para gobernar desde el olvido ni desde el oportunismo. Cualquier intento de recortar derechos, de favorecer élites o de ignorar las voces ciudadanas, encontrará una ciudad que ha demostrado, una y otra vez, que sabe movilizarse y defender sus principios.
Lo que Cuenca expresó en las urnas no fue un cheque en blanco, sino una advertencia. El progresismo está lejos de retirarse: se ha vuelto más crítico, más exigente y más atento a la coherencia entre el discurso y la acción. La gobernabilidad en Azuay dependerá, en buena medida, de cuánto escuche Noboa a esa ciudadanía que votó con conciencia y no con fe ciega. La ciudad de la ética pública y de la defensa del bien común sigue de pie, lista para recordar que el poder, en democracia, siempre es provisional. (O)