A propósito del fallecimiento de Papa Francisco resulta oportuno dar cuenta de algunas acciones de su pontificado, que dejan como legado una ruptura con aquellas visiones tradicionalistas y conservadoras que, sobre todo en los dos papados anteriores, caracterizaron el comportamiento oficial de la Iglesia Católica.
Inicialmente algunos sectores vieron la elección del cardenal Jorge Bergoglio, como Papa Francisco, como la posibilidad política de que sus críticas al Gobierno “progresista” argentino se extiendan a otros Gobiernos progresistas de América Latina; en una especie de operación similar a la que supuestamente habría hecho, en su momento, Juan Pablo II frente a los llamados Gobiernos “comunistas” de Europa del este.
Sin embargo, aquella tesis propia de aquellas teorías de la conspiración, resultó negada; pues si bien podía haber la intensión de usar ciertas posturas del Papa, en temas controversiales como el aborto, para cuestionar a determinados Gobiernos que alientan una apertura en esos temas; empero, no se tomaba en cuenta también las fuertes críticas que el Papa hacía, desde el inicio de su gestión, al capitalismo salvaje y al neoliberalismo.
Aún más en diversas alocuciones el Papa Francisco realizó duros cuestionamientos a la forma tradicional de concebir el poder, tanto dentro como fuera de la Iglesia, definiendo a este como servicio. Habló de la necesidad de concebir como afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los “más pobres, los más débiles, los más pequeños, los hambrientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos, los encarcelados…”.
Pidió a todos los que ocupan puestos de responsabilidad política y económica que custodien la creación; destacándose, en este sentido, su defensa de la naturaleza y cuestionamiento a las políticas anti ambientalistas del sistema económico dominante que han conducido al cambio climático; una cuestión expresada sobre todo en su encíclica “Laudato Si”.
Particular relieve ocupó sus expresiones en contra de las guerras y a favor de la paz entre los países y pueblos; así como su total apertura al diálogo y al encuentro con las otras religiones; expresando, también, mensajes tan significativos como aquel de que “el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida”. (O)