
Somos parte de un sistema que nos hace creer que ganar es el mayor éxito en la vida. Pero ganar, a costa de la conquista, nos ha arrebatado naturaleza, identidad, cultura y humanidad. Nos ha robado recursos invaluables para la vida que en su mayoría son invisibles ante los ojos de la economía global.
El sistema no es equitativo y fomenta sociedades individualistas en lugar de fomentar comunidades cooperantes. En esa carrera, vamos perdiendo la esencia única de cada lugar: su historia, su cultura, su geografía. Esta necesidad de imitar a las «grandes ciudades» nos llena el ego, pero nos vacía de gratitud, valor y amor por lo propio.
No se puede medir con los mismos parámetros contextos que no comparten las mismas condiciones. Es como exigirle a un pez que sobreviva fuera del agua: simplemente no puede. Lo mismo ocurre cuando intentamos imponer modelos externos a comunidades locales. En lugar de forzar, deberíamos escuchar, adaptar, respetar y aprender.
No está mal aspirar a crecer, a ser mejores. Lo que sí está mal es copiar sistemas que no funcionan en nuestro contexto, o querer imponerlos sin adaptarlos. Nos hace falta pensar globalmente, pero actuar localmente. Solo así prosperaremos y ayudaremos a prosperar a nuestras comunidades, familias y países.
Cuando estás lejos, más valoras lo tuyo. Desde un mango que en Europa puede llegar a costar 6€ la unidad, a comparación de los que obtienes en los mercados. El Sur Global tiene un potencial enorme para prosperar de una manera diferente, y quizá mejor, a las metrópolis actuales.
Somos países jóvenes: aprendamos de los viejos, de sus errores, y cometamos los nuestros, pero desde otra perspectiva: una más empática, más consciente, más sostenible.
Y, sobre todo, sintámonos orgullosos de ser quienes somos y de dónde venimos. Para mí, Ecuador y Latinoamérica son únicos, y su gente aún más. Nuestra calidez, hospitalidad, inteligencia y trabajo duro traspasan océanos. (O)