A partir del sábado 24 de mayo de 2025, Daniel Noboa Azín es presidente de Ecuador para los próximos cuatro años. La tecnología me acercó al evento. Mi interés quedó satisfecho. Ecuador presenció una ceremonia cívica tradicional que, a mi entender, esta vez, nada tuvo de ciertas costumbres nacidas y aupadas en el naciente milenio. La razón encontró una curul, el respeto fue bien recibido y el patriotismo, esta vez, no equivocó su ruta.
El entorno de nuestra Asamblea nacional alcanzó un nivel de alegría, satisfacción, cultura y civismo que, alguna vez, lo creí proscrito de nuestro medio. Pude ver rostros sonrientes, escuchar aplausos sonoros y, de manera muy especial, por arte de magia, habían desaparecido del recinto los gritos destemplados, las interrupciones groseras. Naturalmente que hubo motivos suficientes para que esto sucediera: se posesionaba el presidente de Ecuador y su vicepresidenta, recientemente electos para un periodo de cuatro años, bajo la mirada de jefes de estado y delegaciones de países del mundo.
El presidente de la Asamblea nacional condujo el orden del día de esta solemne sesión, como dueño de casa; cumplió con sus funciones específicas y se dirigió al país con un mensaje de estructura renovada y de pensamientos cívicos y pragmáticos anhelando el inicio de una nueva etapa política, fijando el norte para la Asamblea Nacional. En sus palabras no encontré rencor ni odio porque fue una apelación a la conciencia nacional para iniciar una jornada cívica diferente. Saber que las dos funciones del estado, ejecutiva y legislativa, anhelan darse la mano para evitar que nuestro país sucumba entre las redes de la insidia y maledicencia, es saludable y sano para nuestro Ecuador.
“Lo importante no es hacer cosas nuevas sino hacerlas como si nunca nadie las hubiera hecho antes”, dijo nuestro presidente, con énfasis, con anhelos de remover conciencias y señalar derroteros, citando a Wolfgang von Goethe.
Concluyo este breve análisis con reflexiones de mi costal. La patria no es un ente que yace en Quito, un andamiaje político que acumula sorpresas o un botín sujeto a la depredación de asaltantes de turno. La patria fue nuestra cuna, nuestro abrigo en la niñez y es la casa en la que habitamos y anhelamos que vivan las nuevas generaciones.
Amar a la patria es pensar en ella, es sufrir por ella, es amarla y servirla incondicionalmente. (O)