En el ámbito político, la propaganda estridente y el exhibicionismo publicitario se convirtieron, en la década anterior, en estrategias comunes para captar la atención de las masas. En tiempos de elecciones, los discursos altisonantes, las promesas exageradas y los espectáculos mediáticos buscaron seducir a los votantes con una imagen construida más sobre la ilusión que sobre la realidad. Pero, este tipo de estrategias suelen ser como el humo: efímeras, engañosas y carentes de sustancia real. Atraen, envuelven y hasta deslumbran por un momento, pero al disiparse dejan tras de sí solo vacío y decepción.
Frente a este humo, existe una opción mucho más efectiva y valiosa: el perfume. Un perfume no grita ni invade el espacio de manera agresiva, pero su fragancia se extiende y deja una impresión duradera. En política, esto representa el trabajo silencioso pero efectivo de aquellos que no buscan la aprobación inmediata ni el aplauso fácil, sino que generan un impacto real y positivo en la sociedad. Mientras que la propaganda hueca se apoya en la manipulación y la repetición de mensajes simplistas ¾cuando no de insultos y de odio¾, el esfuerzo genuino se sostiene sobre hechos concretos y resultados visibles.
La historia ha demostrado que los líderes más trascendentales no son necesariamente los que más gritaron o los que más espacios acapararon en los medios, sino aquellos cuya labor se reflejó en cambios auténticos. Son quienes construyeron con paciencia, quienes trabajaron por el bien común sin esperar recompensas inmediatas. Sus acciones hablan por ellos, y sus resultados se convierten en el mejor testimonio de su compromiso.
En sociedades con ciudadanos críticos y responsables, el humo no prospera por mucho tiempo. Las masas ignorantes pueden ser seducidas por la pirotecnia de la demagogia, pero quienes tienen criterio saben reconocer el valor del trabajo bien hecho. La buena política, como el buen perfume, no necesita excesos ni artificios; su esencia se percibe y se valora por los beneficios tangibles que aporta a la comunidad.
Es laudable comprobar que, por fin, la mayoría de ecuatorianos que sí anhelamos vivir en democracia, hayamos sabido diferenciar entre quienes nos envuelven en un espectáculo ruidoso y quienes trabajan en silencio por el bien común. Es nuestra responsabilidad no dejarnos llevar por la estridencia y, en cambio, apoyar a aquellos que, con su labor discreta pero efectiva, quieren transformar la sociedad de manera real y perdurable. Al final, el perfume siempre será mejor que el humo. (O)